domingo, 11 de abril de 2010

La Locura de Amar en Secreto


Seguía pensando en sus obligaciones cuando decidió poner su mente en blanco. Recordaba viejos días en aquel descampado que ahora era su casa, y una sonrisa le brotaba de un momento a otro. De niña corría por aquel sitio pensando en nada más que la idea de que no oscurezca, para poder seguir riendo con sus amigas. Ahora aún de noche seguía recordando y viviendo esas épocas.
Una casona demasiado grande para su gusto, era lo que ahora tenía como casa. Lo que tubo como hogar, durante ya hacia varios años. Fue creciendo y pasando su adolescencia. La pérdida de sus padres en aquel accidente de auto, marcó su vida por completo, dejando un vacío inmenso que jamás pensó llenar con nada. Una casa gigante que sólo le provocaba dolor. Pero no quería irse, era su hogar. Vivía entre habitaciones donde flotaban recuerdos, fotos, gritos de alegría, sensaciones y olores únicos. Y así pasó gran parte de su vida, unos largos siete años. Ya adulta nadie la acompaño viviendo ahí. Sin hermanos, sin familia. Unos amigos que eran conocidos. Una vida difícil, pero en fin una vida. No tenía mascotas, sentía que era un remache a un hueco bastante profundo que con un sólo soplo de viento se caería. Decidía todo sola. Las responsabilidades las afrontaba en una soledad que jamás quiso, pero que aceptó.
Y un día todo terminó. Lo conoció sin saber la verdad. Meses tardaron hasta enterarse que no correspondía para ella, en reglas y comportamientos habituales. Pero qué podía hacer si tenía un amor hacia ese hombre, que jamás sintió en su vida. Cómo afrontar lo que su corazón le pedía. Costó pero aceptó el trato que el le planteó después de unos meses. Según lo establecido por él, pasaba por la misma situación, en los sentimientos hacia ella.
Siempre soñaba con la idea de que ese hombre la acompañase todos los días, al despertar en su cama, pero era sólo una ilusión. De vez en cuando la iba a visitar, cuando él consideraba tener su tiempo. Cuando ella sabía que la tercera no se enteraría.
De joven siempre juzgaba ello. Planteaba que era una locura y que jamás lo haría. Ahora era prisionera de una aventura que sólo sostenía con el amor que dentró suyo tenía. Y lo soportaba. Soportaba la idea de una pareja que no era suya, sino prestada.
Así fue durante tres años, donde su gente tomaba como pareja de ella, a un hombre cuya realidad sólo conocía Paula. Y ella lo aceptaba. Tristemente… lo aceptaba. Era tanto el amor que le tenía a su “pareja” que decidió ceder a la tentación de ser una tercera en vez de una titular únicamente.
Habían pasado tres semanas sin saber absolutamente nada de él. Era normal para ella, pero sabia que no tenía que ser así. Tres años de amar en secreto fueron los que desataron aquel 20 de julio la desesperación. Y el teléfono sonó tres veces hasta que ella atendió. Dos minutos de silencio en su cara, un minuto de un nudo en la garganta… y la lágrima finalmente cayó. “No!!” era lo único que gritaba, mientras se doblaba de dolor y caía de rodillas al piso de parque de aquel living antiguo. Cómo seguir viviendo después de eso, cómo soportar el dolor que aquel llamado le causo, aquella tarde nublada y fría en Lumbreras. El teléfono cayó, y el llanto no terminó durante casi dos horas. Las lágrimas corrían como un manantial en el rostro de porcelana a sus 25 años. Un llamado de un amigo en común que tenía con su novio, le dio la peor noticia de su vida, al indicarle que la esposa de su novio, se había enterado de la realidad. Se había enterado de un sueño de tres años y ahora no había posibilidad de volver atrás. Generalmente en estas situaciones se sigue viviendo, difícilmente, pero se sigue. Paula no podía. No quería, no lo soportaba. Porque no estaría aquel hombre, ahora ni nunca. Ni con ella ni con nadie. Descansaría, pero distinto a cualquiera. No tenía acceso a decirle siquiera que lo amaba. Ni a lo lejos, ni en forma de carta. Ahora ya era todo un sueño que pasaría a un recuerdo con un final doloroso. Se sentía culpable. Culpable de que su novio, su mejor amigo, su compañero de la vida, ahora tan sólo sea cenizas por un asesinato a sangre fría que una mujer despechada por un engaño, provoco en la cegadez de una falta de fidelidad.
Así fue como volvió a sentir otra vez aquella sensación de vacío. La misma había desaparecido durante estos tres años, o simplemente fue tapada y disimulada al punto de no recordarla tan a menudo. Ciento de fotos con él, descansaban en el fondo de un cajón cerrado hacia ya cuatro semanas. El tiempo suficiente para que acumulen el polvo que empezó aquella tarde que pasó a saludarla por última vez, y que entró a su habitación mientras ella hacia café, y para luego salir rápidamente... No tenía las fuerzas necesarias para seguir. Había bajado muchísimo de peso. Cuando lograba tener el valor de salir de las sábanas antes usadas por dos personas, apenas caminaba entre las habitaciones de una casona otra vez vacía. No contestaba los teléfonos, no atendía las visitas, no iba a trabajar. Y la oscuridad de aquella depresión que le consumía su alma, se apoderó de ella. Lloraba desconsoladamente, a veces sin sentido. Sus manos temblaban hasta estando dormida. Y sus pesadillas ahora eran algo habitual en las noches oscuras. De día dormía, de noche un insomnio le ganaba en la batalla comenzada desde hacia un mes.
Un día despertó de una pesadilla bastante extraña. Extraña para ella por que no lo era. No era un sueño desagradable como todos los demás. Era un sueño hermoso donde volvía al pasado antes de todo lo ocurrido, precisamente al momento de voltear y verlo a él con una sonrisa clavada en el rostro y un ramo de flores sostenido por una mano con una alianza. Y ella reía. Sonreía durante minutos largos y seguía riendo. Y un abrazo en conjunto la dejaba sin respiración. Sin aliento a tomar el valor para soltarlo. Un valor que jamás quería tener. Vivió de nuevo, y no entendía por qué. Porqué la vida le regalo la oportunidad de volver a ser feliz unos minutos. Al despertar se dio cuenta que no todo estaba bien, se dio cuenta de su horrible realidad, de su desastrosa depresión en la que había caído. Y lloró. Lloró con todas sus fuerzas y golpeando las sábanas que flotaban en el aire por las patadas que eran provocadas por sus pies fríos, recordó el deposito de aquellas fotos guardadas en aquel viejo cajón, en su mesita de luz. De repente volteó y lo miró. Lo vio. Observó por un instante aquel cajón que hacía un mes no habría. Capas un poco más de tiempo. Desde la ultima vez que había visto a su amor, dos días antes del accidente. Fue así cuando abrió el compartimiento y metió la mano a ciegas. De repente sintió esas fotografías, pero en forma distinta. Agarrandolas retiró la mano y las puso frente a sus ojos. Estaban ordenadas, atadas con una cinta de seda doradas, sobre las cuales estaba primero que ellas, una carta. Una carta que desconocía. Sus manos comenzaron a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus manos torpes intentaban sacar la cinta, pero en el intento la rompieron de la desesperación. Abrió el sobre que anteriormente había sido cerrado tan delicadamente, y comenzó a leer una breve carta de amor. Y de repente quebró. No pudo más. Sus ojos desorbitados luego de leer el escrito pusieron una mirada de tristeza y melancolía jamás vista en una mujer. Sus manos temblaban, un llanto inconsolable provocaba gritos insufribles, que seguramente escucharon desde otras casas. Y tiro todo. Revoleando todo sobre aquella cama de dos plazas con sabanas blancas de seda, volteó nuevamente a la mesita de luz. Un desayuno de varios días atrás esperaba ser levantado. Dudó un momento. Dudó un segundo. Por qué dudaba?, Por qué no tomaba el valor? Qué pensaba? Qué la llevó a hacerlo? Cómo tenía el valor de pensarlo siquiera? Y finalmente lo hizo. Su sangre corría por su brazo como delicadas lágrimas. Su corazón latía fuertemente, hasta que se tranquilizó, su cuerpo temblaba muchísimo, hasta que también terminó de esta forma, y se desplomó sobre aquellas almohadas de pluma. Su brazo derecho cayó, soltando un cuchillo de un filo necesario para terminar el sufrimiento. El mismo rebotó en la alfombra salpicando las últimas gotas de sangre de Paula. Sobre la cama, descansaba esas fotos, esa carta. Ya abierta. Una carta donde había un manuscrito hermoso e inolvidable para sus últimos momentos de vida.

“Paula:
Perdón, perdón por estos tres años. Perdón por la necesidad del anonimato, por no tener el valor de hacerlo, por ser tan cobarde de no decirte que siempre fuiste y sos la mujer de mi vida. Sí. Esa única mujer que amé con mi corazón toda mi vida. Y ahora ya es tarde. Ya te hice pasar tres años en secreto, pero me cansé. No quiero seguir así. Así que cuando leas esto seguramente te enterarás y me verás en tu puerta con un ramo de rosas azules como te gustan, diciéndote lo mismo que te digo acá. Que voy a dejar toda mi vida, mi esposa por vos, y que pasado mañana cuando ella vuelva de su viaje de trabajos, yo le estaré diciendo a los ojos que te amo con toda mi alma y que sos la única mujer que quiero a mi lado el resto de mi vida. Te amo con mi alma y no voy a dejar pasar mas tiempo ocultándolo. Espero aceptes mi decisión. Estaremos juntos pronto.

Te amo

Ricardo”


Decisiones tomadas por una sola razón. La ultima frase, una promesa que ahora esta cumplida. Nadie más que ellos en su mundo de locura y amor.

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