viernes, 9 de octubre de 2009

Fin de una ilusión

Los gritos de ansiedad mezclados con alegría, traspasaban los vidrios del micro. Los padres, con cara de emoción, sacudían sus manos despidiendo a los chicos. Una vez ya en camino, un hombre medianamente joven, parado en lo que se podría decir, centro del micro, con sus manos colgadas de los cajones superiores del autobús, indicaba que era el comienzo de los que los chicos conocían como, el viaje de egresados de quinto año.
Un año y medio, lleno de disputas, reuniones y visitas a muchas agencias de viajes, desataron un sueño tan esperado durante diez meses.
Ya caída la noche, las almas se iban desplomando en las sillas camas del micro, las voces y gritos se iban callando, hasta que finalmente fueron suplantados por el subtitulado de una película extranjera. El chofer susurrando indica que sus ojos le piden descansar y le solicitó al copiloto, le suplante su puesto. Como es costumbre de la labor, desviaron el autobús hacia la banquina y frenaron, cambiaron de chofer, y volvieron a arrancar camino a la ruta.
Eran las 14hs, cuando la caravana llegó a la ciudad de Bariloche. El micro estacionó con cuidado, a centímetros del cordón, y dos minutos después, un conjunto de gritos y pirotecnia llenaron el ambiente de alegría y emoción. Del mismo descendieron 68 jóvenes, los cuales eran compuestos por 15 mujeres y 53 hombres, quienes con sumo cuidado fueron repartidos por las distintas habitaciones del hotel.
Pasadas las 16hs, el grupo estudiantil marchó a lo que sería su primera excursión, sin pensar que sería una tarde para recordar por años. Todo comenzó con una instrucción de un coordinar, cuyo única regla del juego que consistía en decender por la colina de una sierra, era aferrarse a un “culí patín” y deslizarse por la ladera, a toda velocidad, previamente habiendo explicado el procedimiento del mismo. Es así que cuatro jóvenes iniciales descendieron sin problema alguno, la segunda tanda, ya mas canchera, no tardó más de cinco minutos en alcanzarlos, en la segunda colina dirección abajo, al primer grupo. Pero la dificultad no eran estos ocho chicos. Un grito de una de las jóvenes, llamó la atención de uno de los coordinadotes. Colgada con sus brazos intentó sostenerse de un borde de la ladera, con caída directa al precipicio, cuando diez guardias del entretenimiento, con trineos se deslizaron a toda velocidad para llegar al lugar. Pero este movimiento brusco por la ladera, originó un sismo en la misma, que provocó que la joven se soltara con sus brazos temblorosos, y cayera rumbo al vacío. Ésta trágica situación, desató la desesperación de la totalidad de los alumnos del secundario, quienes empezaban a dudar por la vida de la muchacha. Ésta aún inconsciente en la base, esperaba con ansias el rescate, que tardó veinte minutos en llegar debido al mal tiempo y niebla que se empezó a originar.
Ya entrada la noche y todos en el hotel, incluso la joven accidentada, trataban de sobrepasar la trágica situación de lo que fue su primera y ultima excursión.
Ahora llegaba la peor parte de día. La joven estaba viva, gracias a Dios, respiraba normal, ya no estaba agitada, sus pupilas reaccionaban y podía soportar la luz de su cuarto lleno de médicos. Su celular, aún sonaba con contactos que llamaban desde el hall del hotel donde se alojaba. Llegaba la hora de hablar con la familia. Los médicos ya acostumbrados no sentían remordimiento, pero los nervios de los padres acompañantes se notaban a flor de piel. Finalmente uno de ellos toma el valor y marca el código de provincia hacia Buenos Aires y el número local, una voz del otro lado contesta, y esta responde presentándose, luego de una charla, termina por informarle “gracias a Dios su hija esta viva señora… pero no pudimos hacer que camine, lamentablemente ha quedado paralítica… lo sentimos mucho.”. Del otro lado del teléfono, sólo se escucharon gritos de llanto y desesperación de una madre ya destruida. No bastó más que una mirada de la madre, que recorriera el cuarto de la niña, para ver la ropa de ballet de su hija, y sentir en su pecho un sueño destruido.

Pánico en la montaña

Mientras miraba su valija de reojo, una sensación de adrenalina recorrió su joven cuerpo. Era madrugada cuando Jeremías Varela tomo su equipaje y bajó, un poco apurado, por las escaleras de su vieja casa en Belgrano. En la puerta lo esperaban un grupo de chicos, una mujer apoyada en un auto plateado bastante nuevo, y un hombre de frente a ella, compartía una conversación amistosa con la misma. Unos minutos después la puerta de madera, abrió de par en par y salió Jeremías. Abrazos y saludos de alegría terminaron la espera. El auto arrancó y tomó la avenida principal con destino al aeropuerto de Ezeiza. Vanina, la joven a bordo, manoteó la cámara digital y comenzó a grabar el comienzo de esta aventura. Risas y chistes, en conjunto de saludos enviados a gente que jamás lo vería, componían la filmación. Llegadas las 6 y media de la mañana, el auto estacionó dentro de la playa del aeropuerto. Sus ocupantes bajaron apurados, pues estaban perdiendo su vuelo. Ya dentro del edificio, entraron y después de hacer los trámites necesario, esperaros subir al avión. Diez minutos de demora, terminó con la espera tan deseada. La llamada de una mujer por alta voz, indicó el comienzo del abordaje. Vanina, tomó su maleta y la de Jeremías, quien hablaba con su madre por teléfono. Un “te quiero” finalizó lo que podría haber sido la ultima llamada con su mamá. Una vez que los tres jóvenes estaban dentro del avión, se acomodaron rápidamente. Jeremías seguía ocupado con su celular, cuando una azafata se le acercó y le dijo “señor disculpe, no puede utilizar el celular a bordo” obligándolo a apagarlo. Éste desconforme y un poco enojado lo apagó. Casi dos horas de vuelo habían trascurrido, cuando el grupo de amigos se da cuenta que estaban llegando a la ciudad deseada. Una vez aterrizado el avión, y los pasajeros ya en el piso de embarque, una foto grupal, nuevamente fue tomada. Estaban en Bariloche. Los jóvenes tomaron su equipaje y salieron por la puerta de vidrio trasparente. Julián, uno de ellos, alzó el brazo exclamando “¡Aquí!”, y detuvo un taxi que recorría en ese momento, las puertas del aeroparque central de la ciudad.
Un poco apretados, estaban los muchachos en el vehículo, pero estaban bastante concentrados en la nieve que descendía lentamente desde el cielo. La nevada cada vez era más fuerte, lo que originó que los jóvenes tengan que dirigirse directamente al hotel donde se hospedarían, sin poder atinar a recorrer la ciudad.
El viaje turístico tenía como fin poner en práctica la profesión de Jeremías con sus 31 años, la cual era guía de montaña. En ningún momento los jóvenes dejaron de pensar en esa excursión tan importante, aquella en la que se basaba este tan deseado paseo por Bariloche. La nieve era cada vez mas fuerte aquellos días, lo que originó que recién el tercero fuera el elegido para hacer la recorrida. Aquel 4 de agosto, Jeremías y sus amigos terminaron de recoger sus esquís del hall del hotel Aguas del Sur, y se subieron a un micro que los esperaba desde hace varios minutos. En conjunto con otros turistas se trasladaron al cerro Catedral. No había pasado mucho tiempo hasta que lograron llegar al lugar. Seguían las filmaciones y fotos en el trasporte. El micro por fin se detuvo y los ocupantes descendieron hacia el suelo de la montaña, que estaba cubierto por una dura capa blanca de nieve. El piso estaba un poco resbaladizo, pero a los jóvenes no les fue problema para emprender la aventura. A pesar de tener en el paquete de viaje, un guía incluido, los jóvenes decidieron apartarse del grupo. Según ellos, Jeremías tenía el suficiente conocimiento académico como para guiarlos por la montaña. Comenzaron a caminar por el lado oeste de la misma, y cada vez se alejaron más del grupo turístico. Esto pareció no importarles, no causarles ninguna preocupación. Cada paso, fue metiendo más a los jóvenes en una zona rocosa y escarpada. De pronto Julián, comenzó a gritar y seguido de esto una bola de nieve calló en la parte trasera del cuello de Jeremías. Una pequeña guerra de nieve tuvo como resultado ese momento. Ellos no tenían en cuenta que no es conveniente esto, según especializados, más que nada en una zona no autorizada, como aquella lo era. Pero esto no los detuvo, y una fuerte sacudida del piso, hizo correr por el cuerpo de cada chico, el peor terror de sus vidas. De pronto la incesante melodía de un silencio absoluto, ocupo el lugar. El temblor cada vez era más fuerte. Los jóvenes empezaron a sentir cada vez más miedo. De la desesperación empezaron a correr, cada uno para un lado. Jeremías, quien no demostraba en absoluto sus sentimientos, intentaba calmar al resto, alejándose dos pasos y haciendo señas para llamar la atención de los otros. De pronto, la sacudida era insoportable. Un grito de Vanina, logró llamar por completo la atención de Jeremías. Este miro hacia arriba y no pensó más que en su familia. Menos de un segundo tardó en cubrirlos una avalancha de nieve y hacerlos rodar por la colina del cerro. No había más que miedo y profundos gritos de desesperación de cada uno de ellos. Manos que se entrecruzaban y gritos de dolor tras pegar sobre piedras.
Era mediodía cuando los jóvenes comenzaron su excursión por esta zona peligrosa, llegada las 3 de la tarde, no se tenían noticia alguna de ellos. Todos un poco heridos, trataban de escapar de la profundidad de la nieve. Rescatándose uno a los otros lograron juntarse en un costado de la ladera. Miradas entrecruzadas y llantos de desesperación, dieron a entender lo que sería o podría haber sido, la peor desgracia de todo el viaje: Jeremías no estaba. Gritos y más gritos. Los dos celulares a mano no funcionaban. Ninguna persona pasaba por el lugar en aquel momento. De pronto una señal de esperanza. Una llamada desesperante se escuchaba de lejos. Un llanto tremendamente sufrible venía de una superficie más baja de lo normal. Los jóvenes no tardaron más que un segundo en recomponer una energía que tiempo antes habían perdido. Corridas y gritos de nuevo en acción. Empezaron escarbar pero no lo encontraban. “¡No lo encuentro!” era lo único que decían los jóvenes. Y el pedido de auxilio, desde una profundidad desconocida seguía. Finalmente una muñeca sobrepasó lo que sería el suelo de la montaña. El brillo del sol, reflejado en sortija de compromiso de Jeremías, logró llamar la atención de Julián, y así lograr ubicarlo. Menos de dos minutos tardaron en desenterrarlo. Pero los gritos de dolor siguieron. Tras la rápida revisión que le hicieron al joven no sólo encontraron lastimaduras y golpes, además de huesos rotos, sino también su celular. Por desgracia no tenía señal, lo que originó más pánico de lo ya existente. Vanina, tomó el aparato y comenzó a caminar rápido hacia lo que sería un precipicio. De pronto unas pocas rayas de señal volvieron y un grito de alegría se lo informó al grupo de amigos. Media hora después un grupo de rescatistas deslizaba a pie por la ladera, mientras eran custodiados por un helicóptero que sobrevolaba la zona. El complejo operativo tardó más de dos horas en rescatar a los tres jóvenes de aquella peligrosa montaña.
Dos días más tarde la salida del médico al pasillo del hospital originó una charla de esperanza con cuatro de ellos. Jeremías miraba la noticia de su accidente por televisión, dentro de la habitación, cuando el médico les brindo a sus amigos el parte. No más que politraumatismos quedaron en aquel horroroso viaje. Sólo unas cuantas fotos y filmaciones alegres, quedaron como recuerdo de los pocos momentos vividos en Bariloche, aquellos que podrían haber sido los últimos en sus jóvenes vidas.

Peligroso Engaño

El sol comenzaba a acender por la ventana del dormitorio de la joven. La luz, reflejada a través de las cortinas de seda color blancas, iluminaba la cara de ella dormida profundamente entre las cobijas de su cama somier, un poco alejada de los ventanales de su dormitorio. Luchando por la ansiedad de empezar el día, y el cansancio generado por las actividades del día anterior, Florencia Vallée se levantó de su cama.
Atravesó el largo pasillo, que se establecía desde su dormitorio hacia las grandes escaleras que dirigían a una sala llena de adornos y retratos, cuya función era recibir a grandes figuras, amigas de la familia. La joven, un poco despeinada y con caminar más lento que muchos otros días, se dirigió hacia la otra punta de su casa, precisamente a la gran cocina resplandeciente, donde empezaba a sentir un extraña sensación, y junto con ésta un pensamiento absurdo “habrá quedado algo de anoche”. Acercándose a la heladera, comenzó su búsqueda por, lo que ella asumía una debilidad, como lo eran las tortas de chocolate. Florencia se sentó en su silla preferida, ubicada en la punta, a su lado la esperaba con una sonrisa y tomando un café, un hombre con barba y pelo canoso. No era su padre, ya que el mismo, según contaba la madre, había muerto en un accidente automovilístico provocado por una carretera y un mal clima, poco tiempo después de haber nacido la joven. Este hombre, llamado Jack Visualrs, era su padrastro, un hombre que consideraba a Florencia aquella hija que nunca tuvo. Al terminar de desayunar la joven, empujó el plato de cerámica negra, hacia el centro de la mesa, miró de reojo a Jack y con una leve sonrisa y una cara de cómplice, lo despidió para volver a su dormitorio.
Una vez en su habitación, tomó su mochila negra de la alfombra color violeta, apoyada sobre la madera oscura del piso del dormitorio, agarró su celular y auriculares y salió como muchos de sus días libres. En la puerta, la despidió una mujer, vestida con un camisón de seda rojo y una bata del mismo color, quien la vio decender de las escaleras, desde la silla de al lado de su padrastro, en la cocina, y la detuvo antes de que salga, con una sola frase “nadie se va, sin un beso de despedida”. Esta dama era Rouse Feldmen, la madre de Florencia.
Con la mochila en su espalda, cargada de cosas para muchos innecesarias, empezó a caminar hasta el frente de su casa, cubierto de rejas negras que bloqueaban la vista de cualquier intruso. Florencia tomó el picaporte de la reja, y salió a la calle.
Como muchos sabían, y los padres de Florencia ocultaban, la familia poseía una gran fortuna, basada en el éxito de la compañía petrolera de los padres de la joven. Este fue un dato certero que provocó la tortura de largos momentos, comenzados ese día.
Florencia dobló la esquina, con paso ahora si ligero, sin un destino preciso, sino más que dirigirse al parque a leer su libro habitual “La casa maldita”.
Lo que la joven desconocía era que varias personas sabían de su existencia, de sus horarios y sobre todo, su fortuna. Lo que la joven no sabía era que hacia cuatro meses le venían siguiendo los pasos. Florencia llego hasta la cuadra anterior al parque, cuando un auto negro con vidrios poralizados encendió su motor. Encerrada en su mundo de música electrónica del mp3, camino por el césped verde mojado por las lluvias del día anterior, hasta llegar a un rincón donde ya el mismo se había secado. En ese momento, sonó su celular. Del otro lado una voz amenazante paralizó a la joven, y una frase del tercero descripta como “tus padres fueron los primeros, vos sos la siguiente” provocó un desmayo en la joven. Fue en ese momento donde el auto negro estacionó sobre el cordón de la vereda más cercana al sitio de la joven, y del mismo, dos hombres con trajes y capuchas negras en sus rostros, comenzaron a correr a paso veloz y tomaron a la joven por su brazos y piernas, y en menos de un minuto la introdujeron en el automóvil. Cuando Florencia reaccionó se encontraba en un cubículo más que pequeño, donde sólo penetraba un rayo diminuto de sol, y cuyo piso se movía velozmente. Encerrada en el baúl de un automóvil, ahora rojo, cruzó las Autopistas del Sol, con rumbo desconocido.
Ya siendo las 17hs, su padrastro, preocupado, comenzó a llamar al celular de la joven. Al no tener respuesta, preocupado corrió con sus pasos nerviosos hacia la habitación de su mujer, y con las manos temblorosas despertó a Rouse, la madre de Florencia. Esta, empezó a sentir taquicardia y a imaginarse lo peor. Ambos sabían que no era extraño que algo malo suceda, después de la amenaza recibida hacia una semana en la oficina del hombre. “No podemos permitir que viva encerrada, son asuntos nuestros y una joven de 18 años no tiene porqué preocuparse por las deudas de sus padres”… Eso fue lo que le planteó días después, Jack a Rouse.
La noche se acercaba, las agujas del reloj de madera antigua, colgado en la chimenea de la sala principal, estaban por marcar las 20hs, cuando un sonido escrupuloso, invadió de temor toda la casa. Al contestar el teléfono, Jack escuchó una voz amenazante y agresiva que confirmo sus temores: “tenés dos horas para entregar los 3 millones que debes, ni mas ni menos… tres millones, o en un sobre blanco empezarás a recibir souvenirs corporales”. Sin duda, tenían a Florencia. ¿Tan injusta era la vida? ¿Porqué los seres humanos no comprenden que los hijos no son responsables por las acciones de sus padres?
Invadida por el frío y el temblor de su cuerpo, Florencia sólo tenía una pregunta en su mente de adolescente “¿Porqué?”.
Pasaron tres meses. Las negociaciones no eran más que un tira y afloja. Florencia, ya no pensaba, no vivía.
Lo que la joven desconcía era el motivo. La policía también. Ya a esa altura los teléfonos intervenidos las 24hs. La casa, repleta de gente durante el día, y con pocas almas durante la noche. Cada timbre del teléfono, una desesperación envuelta en esperanzas y con ruego del milagro. La suma había disminuido, gracias a pedido interminable de los padres de Florencia, quienes insistían que era imposible, aún sabiendo que todo lo imposible podía convertirse en posible.
Florencia, con sus 18 años, conocía el trabajo de sus padres. Sabía que se dedicaban a una empresa familiar de muchos años, cuyo propósito era extracciones petrolíferas. Pero no siempre fueron sinceros en todo respecto. Años atrás, problemas económicos en la familia, los cuales conocía, junto con grandes crisis del país, indujeron a la compañía de sus padres a caer en una crisis financiera profunda. Los meses pasaban y la empresa sólo veía el futuro de forma oscura, terminando en el cierre. En esa época, como lo es ahora también, existían los famosos prestamistas, cuyo dinero que otorgan, tiene un inicio desconocido, pero si un final muy comprometido. En ese momento, la joven, cursaba comienzos de la secundaria, todo era muy complicado para los padres, y sobre todo la idea de explicarle a una niña de 13 años, como sus padres estaban a punto de la quiebra.
Fue complicado para ellos tomar la decisión pero cuando se les presentó la oportunidad, no tardaron en aceptarlo. Sabían que no todo era color de rosas en ese negocio y además de arriesgar su salud física, en el caso de falta de los pagos, pusieron en peligro la vida de la persona y heredera directa, por ser hija única, como lo era Florencia.
Ya había pasado más de 4 meses. El mundo de Florencia disminuyó a una habitación de cinco por cinco. Y una familia, compuesta por secuestradores que la torturaban y maltrataban día tras día. Lo que para ella era sagrado, y que colgaba diariamente de su cuello, ahora no era mas que un crucifico tirado en una esquina del cuarto. Enojada con el mundo, veía pasar su vida, sin esperanzas de volver a vivir de nuevo.
Luego de varias negociaciones, se consiguió un progreso en esta crisis diaria. Los secuestradores habían disminuido la suma a dos millones. Pero con un solo fin. Además de entregar el dinero, Jack tendría que entregarse con este.
La madre desesperada tenía como hogar el hospital, tras ataques de estrés y pánico diarios, además de problemas de salud que surgían de ellos. Sin tener conocimiento de este arreglo, Rouse había entrado en coma por un paro cardiorrespiratorio, ocasionado por un pico de presión un el día pactado para el canje.
Con cinco meses de negociación, se establece la entrega. Florencia ya con su salud deteriorada, sus pupilas y rostro irreconocibles, y su disminución imaginable de peso, fue sacada del cuarto donde estuvo guardada. Sin la aprobación de la policía, y la desesperación de todo el entorno, una noche sin previo aviso y escapando de su casa llena de gente dedicada a la investigación del caso, Jack se dirigió al lugar pactado.
No eran mas de las cuatro de la mañana cuando atravesó la Autopista del Sol, con su camioneta cuatro por cuatro color negra con vidrios poralizados, hasta la cuidad de La Plata. Ya pasadas las cinco de la madrugada, entró en una carretera, rodeada de árboles de punta alta y césped sin podar, con un alto de más de cincuenta centímetros de alto. Sus palpitaciones eran cada vez más aceleradas, sus ojos llenos de lágrimas trataban de visualizar el camino lleno de neblina. En el asiento de atrás, dos bolsas de consorcios con fajos de billetes de cincuenta y cien dólares, esperaban su destino. Mientras manejaba sólo pensaba, no razonaba, estaba dispuesto a todo, pues Florencia era su hija, esa que nunca tuvo, pero que cuya vida es dedicada y exclusivamente vivida por ella. El teléfono celular digital que yacía en el asiento de acompañante comenzó a sonar. Jack manoteó el mismo, y con sus manos temblorosas lo atendió. Una voz del otro lado le comunico la noticia que provocó el vacío mas impactante que un ser humano puede sentir: “Sr. Visualrs… su mujer acaba de fallecer…”. El automóvil frenó de repente. Después de mirar las agujas de su reloj suizo de la mano izquierda, recordó toda su vida en un segundo, su mano rozó su cara llena de temor, miró el cielo estrellado, que lo envolvía en esa carretera oscura y rodeada de árboles de punta alta, y un quiebre de dolor y angustia comenzó el llanto, para muchos interminable, de Jack.
Varios pensamientos comenzaron a pasar por su cabeza… “¿Cómo sigo ahora?” “¡¿A quién más me vas a quitar de mi vida Dios?!” “¡Entrego mi vida, pero no me quites a la única persona que me queda!”… “Por favor… Dios, cuídala como yo nunca tuve el valor de hacerlo, y ámala como siempre se lo mereció”.
Después de un largo rato de llorosos y angustias, encendió el motor nuevamente y transitó el trayecto final de la carretera. Luego de cruzar un puente, ya un poco viejo y a punto de derrumbarse por sus fierros oxidados, frenó nuevamente la camioneta y bajó de la misma. Aún estaba en medio del descampado de la carretera, pero esta vez, abrió las puertas traseras del auto, tomó con sumo cuidado y de las manijas que tenían en sus puntas las bolsas, y sobre el césped viejo y reseco, las arrastró por medio del descampado.
Esa noche oscura, lo menos que se podía imaginar Florencia era que iba a volver a vivir, respirar, correr por los parques, leer como siempre en esas tardes de primavera que la envolvían con la suave brisa. Ya acostumbrada al maltrato constante, la joven bajó de un falcon negro. Un hombre encapuchado con un pasamontañas gris oscuro, la zamarreó del brazo y le dijo lo que hubiese sido la última frase del calvario: “espero que tu papá cumpla, esta tortura se la debes a él, agradéceselo como regalo de cumpleaños… ah felices 19, me olvidaba”. Una sombra de un hombre robusto y de estatura alta se acechaba a lo lejos. Las palpitaciones de Florencia comenzaron a aumentar, esperaba lo peor. Sin reconocer a Jack, Florencia se cubrió con sus delgados y desnutridos brazos cubiertos de su ropa rota y maltratada, el rostro ya sin esperanzas de una joven secuestrada. Al acercarse Jack, entrega las bolsas, y luego de tomar a Florencia con un abrazo desesperado y cubierto por ansiedad, retrocede y la coloca a sus espaldas. Las estrellas reflejaban el césped del descampado, cuando el padrastro de Florencia, en medio de la desesperación y angustia por su vida llena de dolor y sufrimiento, saca de su cintura un revolver y dispara a quemarropa a uno de los secuestradores que en ese momento estaba apuntando a Florencia. Esta asustada y atemorizada, empieza a correr para el lado de la carretera que ahora comenzaba a humedecerse gracias al rocio de la noche. Más disparos y ráfagas de fuego ve la joven desde un extremo de la carretera. De repente, un silencio profundo envuelve el lugar. Florencia aun sin tomar valor, comienza a caminar en forma precipitada nuevamente al lugar del hecho en busca de su padrastro, quien yacía herido por una bala en su pecho, cercana a su corazón. La joven desconsolada empieza a gritar en busca de ayuda y le quita el arma, pero que mas personas que la banda secuestradora y la familia, había en el lugar. Una mano tapa el rostro de la joven, uno de los secuestradores le apoya su revolver en la cien, cuando enfrente otro de sus pares, grita desesperadamente un “¡No!”; un disparo por parte de éste atraviesa el cráneo del antes amenazador de la joven, y lo mata en el acto. La joven observa en el piso a Jack, ya en sus últimos minutos de vida, y al levantar su mirada hacia el frente, observa al otro secuestrador, quien ser retira de su rostro agresivo, el pasamontañas que llevaba para ocultar su identidad… Éste, con sus nervios a flor de piel y por miedo que se descubra el secuestro al dejar a la joven con vida, produce un disparo con su revolver, en el pecho de la misma, lo que la obliga a caer. Instantes más tarde un tiro en la cien de este hombre, le quita la vida, tras Florencia, con el revolver de su padrastro, dispararle con sus ultimas fuerzas.
Luego de unos instantes, llegan las autoridades quienes logran trasladar a la joven al hospital más cercano, donde se recuperó favorablemente.
Al interrogarla días mas tarde, la policía, le indican que estaba la posibilidad de que su padre biológico no este muerto, y siga con vida aún después de una gran mentira generada por su madre, para separarlos. Con gran emoción, Florencia toma con sus manos temblorosas la fotografía que le brindaban ellos, con la imagen de su posible padre. Con una tremenda angustia y desagrado, deja caer la foto, una imagen con el mismo rostro de su secuestrador, a quien luego herirla, ella le dispara y termina con su vida.

Cambiando Rumbos

Al final de aquel salón, con luces medianamente bajas, espera una mujer. Lleva puesto, lo que ella considera, su mejor vestido. De negro satén, resplandece mientras repica sus delicados dedos sobre el mantel rojo. Un poco nerviosa, un tanto impaciente, siente que parte de su vida cambiaría de alguna forma aquella noche. A pesar de muchos involucrados con distintos pensamientos, decide no ceder a la tentación de seguir un consejo amigo. Mira rápidamente su entorno: risas en combinación de una torta de cumpleaños que avanza por una esquina, con dirección a una mesa llena de multitud… Y la mujer sigue esperando. Cada minuto, un siglo. La taquicardia va desapareciendo. Después de esto, se da cuenta que sólo quince minutos habían trascurrido desde su llegada. Finalmente la odisea termina. Un hombre de traje oscuro avanza por el salón con caminar elegante, saluda con un dulce beso a su amada y se sienta junto a ella. “¿Qué celebramos cariño?”, pregunta curioso él. Enseguida dos copas de champagne son apoyadas en la mesa; el hombre levanta una de ellas en señal de brindis, a la espera de que la mujer haga lo mismo. Al no ver este gesto realizarse, el hombre nota lágrimas en los ojos de ella. “¿Estará pensando lo mismo?” se pregunta la mujer. “¿Hice algo que te decepcionó?” ya nervioso plantea él. Ella niega con la cabeza y levanta su mirada. Alza una copa de agua, que esperaba su momento junto a las demás y seguido a esto esboza una sonrisa. Finalmente esperanzada, dice “lo logramos cariño, ¡estoy embarazada!”.