viernes, 9 de octubre de 2009

Peligroso Engaño

El sol comenzaba a acender por la ventana del dormitorio de la joven. La luz, reflejada a través de las cortinas de seda color blancas, iluminaba la cara de ella dormida profundamente entre las cobijas de su cama somier, un poco alejada de los ventanales de su dormitorio. Luchando por la ansiedad de empezar el día, y el cansancio generado por las actividades del día anterior, Florencia Vallée se levantó de su cama.
Atravesó el largo pasillo, que se establecía desde su dormitorio hacia las grandes escaleras que dirigían a una sala llena de adornos y retratos, cuya función era recibir a grandes figuras, amigas de la familia. La joven, un poco despeinada y con caminar más lento que muchos otros días, se dirigió hacia la otra punta de su casa, precisamente a la gran cocina resplandeciente, donde empezaba a sentir un extraña sensación, y junto con ésta un pensamiento absurdo “habrá quedado algo de anoche”. Acercándose a la heladera, comenzó su búsqueda por, lo que ella asumía una debilidad, como lo eran las tortas de chocolate. Florencia se sentó en su silla preferida, ubicada en la punta, a su lado la esperaba con una sonrisa y tomando un café, un hombre con barba y pelo canoso. No era su padre, ya que el mismo, según contaba la madre, había muerto en un accidente automovilístico provocado por una carretera y un mal clima, poco tiempo después de haber nacido la joven. Este hombre, llamado Jack Visualrs, era su padrastro, un hombre que consideraba a Florencia aquella hija que nunca tuvo. Al terminar de desayunar la joven, empujó el plato de cerámica negra, hacia el centro de la mesa, miró de reojo a Jack y con una leve sonrisa y una cara de cómplice, lo despidió para volver a su dormitorio.
Una vez en su habitación, tomó su mochila negra de la alfombra color violeta, apoyada sobre la madera oscura del piso del dormitorio, agarró su celular y auriculares y salió como muchos de sus días libres. En la puerta, la despidió una mujer, vestida con un camisón de seda rojo y una bata del mismo color, quien la vio decender de las escaleras, desde la silla de al lado de su padrastro, en la cocina, y la detuvo antes de que salga, con una sola frase “nadie se va, sin un beso de despedida”. Esta dama era Rouse Feldmen, la madre de Florencia.
Con la mochila en su espalda, cargada de cosas para muchos innecesarias, empezó a caminar hasta el frente de su casa, cubierto de rejas negras que bloqueaban la vista de cualquier intruso. Florencia tomó el picaporte de la reja, y salió a la calle.
Como muchos sabían, y los padres de Florencia ocultaban, la familia poseía una gran fortuna, basada en el éxito de la compañía petrolera de los padres de la joven. Este fue un dato certero que provocó la tortura de largos momentos, comenzados ese día.
Florencia dobló la esquina, con paso ahora si ligero, sin un destino preciso, sino más que dirigirse al parque a leer su libro habitual “La casa maldita”.
Lo que la joven desconocía era que varias personas sabían de su existencia, de sus horarios y sobre todo, su fortuna. Lo que la joven no sabía era que hacia cuatro meses le venían siguiendo los pasos. Florencia llego hasta la cuadra anterior al parque, cuando un auto negro con vidrios poralizados encendió su motor. Encerrada en su mundo de música electrónica del mp3, camino por el césped verde mojado por las lluvias del día anterior, hasta llegar a un rincón donde ya el mismo se había secado. En ese momento, sonó su celular. Del otro lado una voz amenazante paralizó a la joven, y una frase del tercero descripta como “tus padres fueron los primeros, vos sos la siguiente” provocó un desmayo en la joven. Fue en ese momento donde el auto negro estacionó sobre el cordón de la vereda más cercana al sitio de la joven, y del mismo, dos hombres con trajes y capuchas negras en sus rostros, comenzaron a correr a paso veloz y tomaron a la joven por su brazos y piernas, y en menos de un minuto la introdujeron en el automóvil. Cuando Florencia reaccionó se encontraba en un cubículo más que pequeño, donde sólo penetraba un rayo diminuto de sol, y cuyo piso se movía velozmente. Encerrada en el baúl de un automóvil, ahora rojo, cruzó las Autopistas del Sol, con rumbo desconocido.
Ya siendo las 17hs, su padrastro, preocupado, comenzó a llamar al celular de la joven. Al no tener respuesta, preocupado corrió con sus pasos nerviosos hacia la habitación de su mujer, y con las manos temblorosas despertó a Rouse, la madre de Florencia. Esta, empezó a sentir taquicardia y a imaginarse lo peor. Ambos sabían que no era extraño que algo malo suceda, después de la amenaza recibida hacia una semana en la oficina del hombre. “No podemos permitir que viva encerrada, son asuntos nuestros y una joven de 18 años no tiene porqué preocuparse por las deudas de sus padres”… Eso fue lo que le planteó días después, Jack a Rouse.
La noche se acercaba, las agujas del reloj de madera antigua, colgado en la chimenea de la sala principal, estaban por marcar las 20hs, cuando un sonido escrupuloso, invadió de temor toda la casa. Al contestar el teléfono, Jack escuchó una voz amenazante y agresiva que confirmo sus temores: “tenés dos horas para entregar los 3 millones que debes, ni mas ni menos… tres millones, o en un sobre blanco empezarás a recibir souvenirs corporales”. Sin duda, tenían a Florencia. ¿Tan injusta era la vida? ¿Porqué los seres humanos no comprenden que los hijos no son responsables por las acciones de sus padres?
Invadida por el frío y el temblor de su cuerpo, Florencia sólo tenía una pregunta en su mente de adolescente “¿Porqué?”.
Pasaron tres meses. Las negociaciones no eran más que un tira y afloja. Florencia, ya no pensaba, no vivía.
Lo que la joven desconcía era el motivo. La policía también. Ya a esa altura los teléfonos intervenidos las 24hs. La casa, repleta de gente durante el día, y con pocas almas durante la noche. Cada timbre del teléfono, una desesperación envuelta en esperanzas y con ruego del milagro. La suma había disminuido, gracias a pedido interminable de los padres de Florencia, quienes insistían que era imposible, aún sabiendo que todo lo imposible podía convertirse en posible.
Florencia, con sus 18 años, conocía el trabajo de sus padres. Sabía que se dedicaban a una empresa familiar de muchos años, cuyo propósito era extracciones petrolíferas. Pero no siempre fueron sinceros en todo respecto. Años atrás, problemas económicos en la familia, los cuales conocía, junto con grandes crisis del país, indujeron a la compañía de sus padres a caer en una crisis financiera profunda. Los meses pasaban y la empresa sólo veía el futuro de forma oscura, terminando en el cierre. En esa época, como lo es ahora también, existían los famosos prestamistas, cuyo dinero que otorgan, tiene un inicio desconocido, pero si un final muy comprometido. En ese momento, la joven, cursaba comienzos de la secundaria, todo era muy complicado para los padres, y sobre todo la idea de explicarle a una niña de 13 años, como sus padres estaban a punto de la quiebra.
Fue complicado para ellos tomar la decisión pero cuando se les presentó la oportunidad, no tardaron en aceptarlo. Sabían que no todo era color de rosas en ese negocio y además de arriesgar su salud física, en el caso de falta de los pagos, pusieron en peligro la vida de la persona y heredera directa, por ser hija única, como lo era Florencia.
Ya había pasado más de 4 meses. El mundo de Florencia disminuyó a una habitación de cinco por cinco. Y una familia, compuesta por secuestradores que la torturaban y maltrataban día tras día. Lo que para ella era sagrado, y que colgaba diariamente de su cuello, ahora no era mas que un crucifico tirado en una esquina del cuarto. Enojada con el mundo, veía pasar su vida, sin esperanzas de volver a vivir de nuevo.
Luego de varias negociaciones, se consiguió un progreso en esta crisis diaria. Los secuestradores habían disminuido la suma a dos millones. Pero con un solo fin. Además de entregar el dinero, Jack tendría que entregarse con este.
La madre desesperada tenía como hogar el hospital, tras ataques de estrés y pánico diarios, además de problemas de salud que surgían de ellos. Sin tener conocimiento de este arreglo, Rouse había entrado en coma por un paro cardiorrespiratorio, ocasionado por un pico de presión un el día pactado para el canje.
Con cinco meses de negociación, se establece la entrega. Florencia ya con su salud deteriorada, sus pupilas y rostro irreconocibles, y su disminución imaginable de peso, fue sacada del cuarto donde estuvo guardada. Sin la aprobación de la policía, y la desesperación de todo el entorno, una noche sin previo aviso y escapando de su casa llena de gente dedicada a la investigación del caso, Jack se dirigió al lugar pactado.
No eran mas de las cuatro de la mañana cuando atravesó la Autopista del Sol, con su camioneta cuatro por cuatro color negra con vidrios poralizados, hasta la cuidad de La Plata. Ya pasadas las cinco de la madrugada, entró en una carretera, rodeada de árboles de punta alta y césped sin podar, con un alto de más de cincuenta centímetros de alto. Sus palpitaciones eran cada vez más aceleradas, sus ojos llenos de lágrimas trataban de visualizar el camino lleno de neblina. En el asiento de atrás, dos bolsas de consorcios con fajos de billetes de cincuenta y cien dólares, esperaban su destino. Mientras manejaba sólo pensaba, no razonaba, estaba dispuesto a todo, pues Florencia era su hija, esa que nunca tuvo, pero que cuya vida es dedicada y exclusivamente vivida por ella. El teléfono celular digital que yacía en el asiento de acompañante comenzó a sonar. Jack manoteó el mismo, y con sus manos temblorosas lo atendió. Una voz del otro lado le comunico la noticia que provocó el vacío mas impactante que un ser humano puede sentir: “Sr. Visualrs… su mujer acaba de fallecer…”. El automóvil frenó de repente. Después de mirar las agujas de su reloj suizo de la mano izquierda, recordó toda su vida en un segundo, su mano rozó su cara llena de temor, miró el cielo estrellado, que lo envolvía en esa carretera oscura y rodeada de árboles de punta alta, y un quiebre de dolor y angustia comenzó el llanto, para muchos interminable, de Jack.
Varios pensamientos comenzaron a pasar por su cabeza… “¿Cómo sigo ahora?” “¡¿A quién más me vas a quitar de mi vida Dios?!” “¡Entrego mi vida, pero no me quites a la única persona que me queda!”… “Por favor… Dios, cuídala como yo nunca tuve el valor de hacerlo, y ámala como siempre se lo mereció”.
Después de un largo rato de llorosos y angustias, encendió el motor nuevamente y transitó el trayecto final de la carretera. Luego de cruzar un puente, ya un poco viejo y a punto de derrumbarse por sus fierros oxidados, frenó nuevamente la camioneta y bajó de la misma. Aún estaba en medio del descampado de la carretera, pero esta vez, abrió las puertas traseras del auto, tomó con sumo cuidado y de las manijas que tenían en sus puntas las bolsas, y sobre el césped viejo y reseco, las arrastró por medio del descampado.
Esa noche oscura, lo menos que se podía imaginar Florencia era que iba a volver a vivir, respirar, correr por los parques, leer como siempre en esas tardes de primavera que la envolvían con la suave brisa. Ya acostumbrada al maltrato constante, la joven bajó de un falcon negro. Un hombre encapuchado con un pasamontañas gris oscuro, la zamarreó del brazo y le dijo lo que hubiese sido la última frase del calvario: “espero que tu papá cumpla, esta tortura se la debes a él, agradéceselo como regalo de cumpleaños… ah felices 19, me olvidaba”. Una sombra de un hombre robusto y de estatura alta se acechaba a lo lejos. Las palpitaciones de Florencia comenzaron a aumentar, esperaba lo peor. Sin reconocer a Jack, Florencia se cubrió con sus delgados y desnutridos brazos cubiertos de su ropa rota y maltratada, el rostro ya sin esperanzas de una joven secuestrada. Al acercarse Jack, entrega las bolsas, y luego de tomar a Florencia con un abrazo desesperado y cubierto por ansiedad, retrocede y la coloca a sus espaldas. Las estrellas reflejaban el césped del descampado, cuando el padrastro de Florencia, en medio de la desesperación y angustia por su vida llena de dolor y sufrimiento, saca de su cintura un revolver y dispara a quemarropa a uno de los secuestradores que en ese momento estaba apuntando a Florencia. Esta asustada y atemorizada, empieza a correr para el lado de la carretera que ahora comenzaba a humedecerse gracias al rocio de la noche. Más disparos y ráfagas de fuego ve la joven desde un extremo de la carretera. De repente, un silencio profundo envuelve el lugar. Florencia aun sin tomar valor, comienza a caminar en forma precipitada nuevamente al lugar del hecho en busca de su padrastro, quien yacía herido por una bala en su pecho, cercana a su corazón. La joven desconsolada empieza a gritar en busca de ayuda y le quita el arma, pero que mas personas que la banda secuestradora y la familia, había en el lugar. Una mano tapa el rostro de la joven, uno de los secuestradores le apoya su revolver en la cien, cuando enfrente otro de sus pares, grita desesperadamente un “¡No!”; un disparo por parte de éste atraviesa el cráneo del antes amenazador de la joven, y lo mata en el acto. La joven observa en el piso a Jack, ya en sus últimos minutos de vida, y al levantar su mirada hacia el frente, observa al otro secuestrador, quien ser retira de su rostro agresivo, el pasamontañas que llevaba para ocultar su identidad… Éste, con sus nervios a flor de piel y por miedo que se descubra el secuestro al dejar a la joven con vida, produce un disparo con su revolver, en el pecho de la misma, lo que la obliga a caer. Instantes más tarde un tiro en la cien de este hombre, le quita la vida, tras Florencia, con el revolver de su padrastro, dispararle con sus ultimas fuerzas.
Luego de unos instantes, llegan las autoridades quienes logran trasladar a la joven al hospital más cercano, donde se recuperó favorablemente.
Al interrogarla días mas tarde, la policía, le indican que estaba la posibilidad de que su padre biológico no este muerto, y siga con vida aún después de una gran mentira generada por su madre, para separarlos. Con gran emoción, Florencia toma con sus manos temblorosas la fotografía que le brindaban ellos, con la imagen de su posible padre. Con una tremenda angustia y desagrado, deja caer la foto, una imagen con el mismo rostro de su secuestrador, a quien luego herirla, ella le dispara y termina con su vida.

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