viernes, 9 de octubre de 2009

Pánico en la montaña

Mientras miraba su valija de reojo, una sensación de adrenalina recorrió su joven cuerpo. Era madrugada cuando Jeremías Varela tomo su equipaje y bajó, un poco apurado, por las escaleras de su vieja casa en Belgrano. En la puerta lo esperaban un grupo de chicos, una mujer apoyada en un auto plateado bastante nuevo, y un hombre de frente a ella, compartía una conversación amistosa con la misma. Unos minutos después la puerta de madera, abrió de par en par y salió Jeremías. Abrazos y saludos de alegría terminaron la espera. El auto arrancó y tomó la avenida principal con destino al aeropuerto de Ezeiza. Vanina, la joven a bordo, manoteó la cámara digital y comenzó a grabar el comienzo de esta aventura. Risas y chistes, en conjunto de saludos enviados a gente que jamás lo vería, componían la filmación. Llegadas las 6 y media de la mañana, el auto estacionó dentro de la playa del aeropuerto. Sus ocupantes bajaron apurados, pues estaban perdiendo su vuelo. Ya dentro del edificio, entraron y después de hacer los trámites necesario, esperaros subir al avión. Diez minutos de demora, terminó con la espera tan deseada. La llamada de una mujer por alta voz, indicó el comienzo del abordaje. Vanina, tomó su maleta y la de Jeremías, quien hablaba con su madre por teléfono. Un “te quiero” finalizó lo que podría haber sido la ultima llamada con su mamá. Una vez que los tres jóvenes estaban dentro del avión, se acomodaron rápidamente. Jeremías seguía ocupado con su celular, cuando una azafata se le acercó y le dijo “señor disculpe, no puede utilizar el celular a bordo” obligándolo a apagarlo. Éste desconforme y un poco enojado lo apagó. Casi dos horas de vuelo habían trascurrido, cuando el grupo de amigos se da cuenta que estaban llegando a la ciudad deseada. Una vez aterrizado el avión, y los pasajeros ya en el piso de embarque, una foto grupal, nuevamente fue tomada. Estaban en Bariloche. Los jóvenes tomaron su equipaje y salieron por la puerta de vidrio trasparente. Julián, uno de ellos, alzó el brazo exclamando “¡Aquí!”, y detuvo un taxi que recorría en ese momento, las puertas del aeroparque central de la ciudad.
Un poco apretados, estaban los muchachos en el vehículo, pero estaban bastante concentrados en la nieve que descendía lentamente desde el cielo. La nevada cada vez era más fuerte, lo que originó que los jóvenes tengan que dirigirse directamente al hotel donde se hospedarían, sin poder atinar a recorrer la ciudad.
El viaje turístico tenía como fin poner en práctica la profesión de Jeremías con sus 31 años, la cual era guía de montaña. En ningún momento los jóvenes dejaron de pensar en esa excursión tan importante, aquella en la que se basaba este tan deseado paseo por Bariloche. La nieve era cada vez mas fuerte aquellos días, lo que originó que recién el tercero fuera el elegido para hacer la recorrida. Aquel 4 de agosto, Jeremías y sus amigos terminaron de recoger sus esquís del hall del hotel Aguas del Sur, y se subieron a un micro que los esperaba desde hace varios minutos. En conjunto con otros turistas se trasladaron al cerro Catedral. No había pasado mucho tiempo hasta que lograron llegar al lugar. Seguían las filmaciones y fotos en el trasporte. El micro por fin se detuvo y los ocupantes descendieron hacia el suelo de la montaña, que estaba cubierto por una dura capa blanca de nieve. El piso estaba un poco resbaladizo, pero a los jóvenes no les fue problema para emprender la aventura. A pesar de tener en el paquete de viaje, un guía incluido, los jóvenes decidieron apartarse del grupo. Según ellos, Jeremías tenía el suficiente conocimiento académico como para guiarlos por la montaña. Comenzaron a caminar por el lado oeste de la misma, y cada vez se alejaron más del grupo turístico. Esto pareció no importarles, no causarles ninguna preocupación. Cada paso, fue metiendo más a los jóvenes en una zona rocosa y escarpada. De pronto Julián, comenzó a gritar y seguido de esto una bola de nieve calló en la parte trasera del cuello de Jeremías. Una pequeña guerra de nieve tuvo como resultado ese momento. Ellos no tenían en cuenta que no es conveniente esto, según especializados, más que nada en una zona no autorizada, como aquella lo era. Pero esto no los detuvo, y una fuerte sacudida del piso, hizo correr por el cuerpo de cada chico, el peor terror de sus vidas. De pronto la incesante melodía de un silencio absoluto, ocupo el lugar. El temblor cada vez era más fuerte. Los jóvenes empezaron a sentir cada vez más miedo. De la desesperación empezaron a correr, cada uno para un lado. Jeremías, quien no demostraba en absoluto sus sentimientos, intentaba calmar al resto, alejándose dos pasos y haciendo señas para llamar la atención de los otros. De pronto, la sacudida era insoportable. Un grito de Vanina, logró llamar por completo la atención de Jeremías. Este miro hacia arriba y no pensó más que en su familia. Menos de un segundo tardó en cubrirlos una avalancha de nieve y hacerlos rodar por la colina del cerro. No había más que miedo y profundos gritos de desesperación de cada uno de ellos. Manos que se entrecruzaban y gritos de dolor tras pegar sobre piedras.
Era mediodía cuando los jóvenes comenzaron su excursión por esta zona peligrosa, llegada las 3 de la tarde, no se tenían noticia alguna de ellos. Todos un poco heridos, trataban de escapar de la profundidad de la nieve. Rescatándose uno a los otros lograron juntarse en un costado de la ladera. Miradas entrecruzadas y llantos de desesperación, dieron a entender lo que sería o podría haber sido, la peor desgracia de todo el viaje: Jeremías no estaba. Gritos y más gritos. Los dos celulares a mano no funcionaban. Ninguna persona pasaba por el lugar en aquel momento. De pronto una señal de esperanza. Una llamada desesperante se escuchaba de lejos. Un llanto tremendamente sufrible venía de una superficie más baja de lo normal. Los jóvenes no tardaron más que un segundo en recomponer una energía que tiempo antes habían perdido. Corridas y gritos de nuevo en acción. Empezaron escarbar pero no lo encontraban. “¡No lo encuentro!” era lo único que decían los jóvenes. Y el pedido de auxilio, desde una profundidad desconocida seguía. Finalmente una muñeca sobrepasó lo que sería el suelo de la montaña. El brillo del sol, reflejado en sortija de compromiso de Jeremías, logró llamar la atención de Julián, y así lograr ubicarlo. Menos de dos minutos tardaron en desenterrarlo. Pero los gritos de dolor siguieron. Tras la rápida revisión que le hicieron al joven no sólo encontraron lastimaduras y golpes, además de huesos rotos, sino también su celular. Por desgracia no tenía señal, lo que originó más pánico de lo ya existente. Vanina, tomó el aparato y comenzó a caminar rápido hacia lo que sería un precipicio. De pronto unas pocas rayas de señal volvieron y un grito de alegría se lo informó al grupo de amigos. Media hora después un grupo de rescatistas deslizaba a pie por la ladera, mientras eran custodiados por un helicóptero que sobrevolaba la zona. El complejo operativo tardó más de dos horas en rescatar a los tres jóvenes de aquella peligrosa montaña.
Dos días más tarde la salida del médico al pasillo del hospital originó una charla de esperanza con cuatro de ellos. Jeremías miraba la noticia de su accidente por televisión, dentro de la habitación, cuando el médico les brindo a sus amigos el parte. No más que politraumatismos quedaron en aquel horroroso viaje. Sólo unas cuantas fotos y filmaciones alegres, quedaron como recuerdo de los pocos momentos vividos en Bariloche, aquellos que podrían haber sido los últimos en sus jóvenes vidas.

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