sábado, 23 de octubre de 2010

Recordando Sensaciones Olvidadas

Y cómo pedir que aquella tarde llena de estrellas que cubrían el negro cielo, obliguen a la mujercita a olvidar la melodía que tiempos antes sonaba noche a noche en aquel tocadiscos. Sabía perfectamente que esas risas pertenecían a un recuerdo que ya no era presente, que se iba borrando de apoco de la historia que cada noche en su balcón recordaba con melancolía. Esos colores de viejos vestidos se iban destiñendo de apoco, hasta caer bajo la imaginación de ser todos iguales, todos colores hermosos pero indistinguibles. No lloraba, ni estaba triste. No reía, ni estaba feliz. Simplemente pensaba. Recordaba. Volvía a esa vieja situación donde aquel hombre calmado y con una sonrisa paciente escuchaba cada palabra que salía de su boca, y con un movimiento un poco brusco y dulce asentaba cada malestar que sentía ella soltar y librar en cada sílaba que repetía. De pronto un suspiro que acaba con la melancolía y vuelve de nuevo a la depresión. Una distracción que la hizo caer como una roca, a su nube desplomada de soledad constante. Una burbuja era ahora su mundo. Sus manos frías tenían poca sensación pero no suficiente para quitarle la posibilidad de saber que su esmalte estaba intacto. Un soplo de brisa como olas que quitan el aliento, rozaban sus brazos de vez en cuando. Eran instantes en que un reflejo volvía a distraerla, caras desconocidas que empezaban a molestarla. No tenía noción del tiempo. No le importaba los segundos que pasaban. Pensaba en las cosas que jamás pudo hacer, las que hizo y las que jamás se animó. Se reprochaba las que hizo mal, las que no tuvo el valor de enfrentarlas y sufría con las que se habían acabado. Sus pies ya no se movían. Ya no caminaban las largas cuadras para sus estudios. Y los recuerdos entonces volvían. Una serie de emocionantes tardes obligaban en aquellos años a crear maquetas de sueños y proyectos esperados que algún día cumpliría mas tarde. Hombres que conocía durante su juventud. Noviazgos que rompieron su corazón, o simplemente hicieron doler hasta tener esas sensaciones que deseo en algún momento las viva otra persona con ella. Creía que tenía el mundo a sus pies, conquistándolo hasta que su felicidad sea el objetivo de su nacimiento. Inviernos que no fueron tan fríos, hojas que se enfrentaron a duros otoños que obligaban a desprenderlas de sauces ya crecidos. Y de pronto algo frío toco su pecho. Veía pero no entendía por que lo hacían, por que la lastimaban. Porqué la presión, porqué el apuro. Rincones de ruidos llenos de velocidad que asustaban a cualquier persona que la veía pasar. Alguien estaría pensando en ella capas. O simplemente volvía a estar sola hasta en ese momento. Porque en algún momento hubiese parado sobre esa avenida, a entrar al local a almorzar. Ya no tenía tiempo, contaban los segundos como si fueran pétalos que van cayendo de las rosas alzadas en una boda. Una pobre sombra que se movía de atrás para adelante, una silueta que parecía volar por aquel rincón. La sensación de helades ya parecía ser algo constante y poco molesto. De pronto un grito de llantos de bebes volvía a su cabeza. Dolores agobiantes hacían recordar momentos de aquel hermoso nacimiento de un ángel ahora crecido que la acompañaba. Sonreía sin saber porqué, cuando la miró con esperanza aquella tarde. Ahora sus risas iban por el camino de una cuadra deambulada por melodías de risas y juguetes que angelitos soltaban cuando la veían. Abrazos, caricias, mimos, besos, parpadeares, momentos intactos, olores, imágenes fotográficas, se iban incorporando en ella como la sangre que corría esperanzadamente cada segundo. Y cuando parecía todo ser perfecto, mejoró aún. El dolor se fue. Volvió a ver con claridad y sonrió como nunca antes lo hubiese hecho y agradeció por cada momento que pudo presenciar. Sintió unas manos que la levantaban en brazos para darle aquel abrazó mas dulce que jamás podría experimentarse. Y mientras se elevaba y los llantos aumentaban podía observar la hermosa vida que creó y que hoy dejó atrás, o mejor dicho allá abajo. En aquella ambulancia que se detuvo en la puerta del sanatorio. Que dejó de sonar como una calesita que espera su sortija. Solo las luces mas maravillosas ocuparon el ambiente, y los brazos de sus tres hijos la abrazaron por minutos interminables que sentirá el resto de su eternidad. Afuera el mundo que una tarde dejó, que verá y cuidará hasta que deje de existir… Algún día como ella lo hace ahora.

domingo, 11 de abril de 2010

Entrevista a Missing Children Argentina


Marta Canillas, Vicepresidenta de Missing Children Argentina, brindó la posibilidad de conocer una ONG basada en la búsqueda de menores argentinos, en territorio nacional. En esta entrevista realizada con ella par a par, no sólo conoceremos la función de la organización, sus objetivos y desarrollo, sino también las sensaciones que brinda este trabajo voluntario de muchas personas, para con la sociedad argentina y el exterior.

Entrevista:

1. ¿Cómo y porqué se originó Missing Children?

Missing Children comenzó como un desprendimiento de “Red Solidaria”, organización creada por Juan Car. Hace doce años, esta ONG, comenzó a recibir llamados de padres que trataban de encontrar la forma de hallar a sus hijos extraviados por distintos motivos. Los avisos fueron creciendo cada vez más. Fue así cuando, María Marta García Belsunce, ex presidenta de Red Solidaria, quien conocía el funcionamiento de Missing Children en Estados Unidos, decide crear la misma organización, aquí en Argentina. Es así como nace la organización actual. No tenemos nada que ver con Missing Children de Estados Unidos, salvo la convivencia social, de que a veces ellos nos piden que le publiquemos un chico, por que por ahí uno de los padres es americano argentino y otro de ellos Estadounidense, por ejemplo, y podría estar la posibilidad de que los chicos estén acá, o viceversa. Es decir, somos dos organizaciones separadas, pero estamos relacionadas. Al crear la fundación la idea era ponerle el nombre “Chicos Perdidos de Argentina”, pero no contamos con la consecuencia de que ya estaba registrado el nombre. Es por esto, que finalmente tomó el nombre actual: “Missing Children, Chicos Perdidos de Argentina”. Estamos desde el año 2000, tenemos una asesoría jurídica, y funcionamos como una ONG.

2. ¿Cuál es el objetivo de la organización?

Nosotros tenemos como estatuto el acompañamiento de las familias, el asesoramiento a las mismas, y tratar de hacer visible, a la mayor cantidad de medios posibles, la cara de los chicos. Tenemos el objetivo de que la sociedad visualice el rostro de esos niños, que mientras no esta la foto, es un nombre, o sólo un expediente archivado en el juzgado. Se intenta así también un vínculo con los familiares, que en muchos casos nos brindan información que niegan a un juez, secretos íntimos que ayudan a encontrar al menor.

3. ¿Quiénes y cómo está compuesta?, ¿cómo se desarrolla su trabajo?

Tenemos un mandato por una cuestión reglamentaria. Hay una presidenta, una vicepresidenta, y demás integrantes. Pero desde el orgullo, todas somos voluntarias. La organización tiene un total de treinta de ellas, distribuidas en todo el país. Acá en Buenos Aires, somos cuatro personas que estamos en la coordinación: Lidia, Adriana, María, y yo. Luego, también en Buenos Aires, hay veintidós voluntarias telefónicas, que son chicas que donan, tres horas semanales de su tiempo, a las que les transferimos la línea de Missing Children, a sus casas. De esta forma no hay gasto, por que es la línea de nuestra fundación. Es así, que atienden durante esas horas, y después pasan un informe, que es lo que nosotros coordinamos. Por ejemplo, yo los miércoles soy voluntaria también atendiendo la línea de dos a cinco de la tarde. Por su puesto, los ingresantes hacen un curso de entrenamiento bastante largo. En eso sí somos muy exigentes, en cuanto al trato. Tiene que ser gente fuerte, no se puede poner a llorar, con el dolor de la víctima. De esta forma, en conjunto con un inmenso amor de nuestro lado, damos las primeras contenciones en situaciones de alto riesgo. Nosotros decimos que Missing Children, es el aplauso de la playa, por que cada persona que ve la foto de un chico perdido, automáticamente se hace voluntario de la organización: “yo lo vi”, “yo lo recuerdo”, “esta vendiendo estampitas en…”, “ese es el chico que le vi a una vecina…”, o “este es el número que le puedo ofrecer a tal persona para encontrarlo…”. Los caminos son imprevisibles. Todo el país, es factible que lo tenga.

4. ¿Dónde y cómo es el sitio físico de trabajo, los días y horarios?

Además de las voluntarias en sus domicilios, las cuatro coordinadoras, nos reunimos dos veces por semana, en unas oficinas que están en una canchita de fútbol, en Vicente López. Esto se debe a que Juan Car, y los dueños de esas canchitas, fueron los fundadores de Red Solidaria. Entonces nos ceden un lugar, en conjunto con la paga de servicios. Además como son un establecimiento que están desde las diez de la mañana, hasta la medianoche abierto, nos ayudan con la correspondencia por ejemplo, recibiéndola cuando no estamos, entre muchas otras cosas. Esto, es gracias a que todos tienen un gran compromiso. Somos una gran familia.

5. ¿Cómo actúa Missing Children tras el llamado de pérdida de un chico?

Los primero que se les dice a los papás, o al denunciante, es si hicieron la denuncia. Si no la hicieron que la hagan. Es bastante frecuente, las situaciones donde nos plantean que le dijeron “vengan en 24hs.”. En estas ocasiones, les indicamos que tiene que ir a la comisaría y decir: “hablamos con Missing Children, y sabemos que es obligación que nos tomen la denuncia”. Es un chapeo que sirve, pues con esta frase, le toman la denuncia. En capital sucede cada vez menos, por que tratamos de mantener un contacto con las comisarías, planteándoles lo importante que es su trabajo. De esta forma, dignimizamos y responsabilizamos el trabajo. Después de esto, les indicamos a los padres que pidan ayuda, que traten de difundir la foto del niño, que hagan fotocopias de un aviso de perdida, muy breve, creado desde el amor y dirigido al chico directamente: “te estamos buscando…” “¿Manuel dónde estas?...”. Esto con un teléfono, que puede ser el de ellos, acompañado al nuestro. En la página hay un formato prediseñado, que les permite a los denunciantes bajarlo, poner la foto del chico, y ya tenerlo terminado. Con respecto a la distribución del mismo, pedir ayuda en su colegio, a sus amigos. Generalmente en colegios, los directores levantan cursos, con el objetivo de pegar carteles. Esto ayuda muchísimo. En el caso de ser una sustracción parental, donde uno de los progenitores sea el secuestrador, pedimos la autorización y nos manejamos directamente con el juzgado de menores.

6. ¿Qué tipo de contención se le da al denunciante?

No. No tenemos atención psicológica, pero sí los derivamos cuando nos piden ayuda de este tipo.

7. ¿Con qué tipo de medios de comunicación trabajan para dar a conocer el caso?

Partimos de la firma de un permiso de los padres (que incorpore la partida de nacimiento del chico, DNI de ellos y de los menores), o directamente la denuncia de la comisaría, para dar a conocer la cara del niño, siempre menor a 18 años. Trabajamos con infinita cantidad de medios de comunicación: programas enteros y publicidades en TV y Radio, folletería de todo tipo, impresión de fotografías en todo articulo posible, medios gráficos como diarios y revistas, entre muchos otros.


8. ¿Cuál es la causa más común de denuncia?

Los adolescentes. Estos que se van de la casa por propia voluntad. Ahora vos me preguntas a que edad comienza la adolescencia… Cada vez se corre más, y resultan ser cada vez más jóvenes. Actualmente tengo adolescentes de 11 años embarazadas, de 12 años que se fugó con su vecino, que es el novio y tiene 43 años, los que se van por que no los dejan ir a bailar o seguir a su conjunto favorito que va a la bailanta, y no hay cantidad para los que desaparecen días enteros por ir a ver “Pasión de Sábado” que dura todo el día, sin contar los que terminan persiguiendo las camionetas con los cantantes toda la noche, de boliche en boliche. Y los padres preocupados por su vida.

9. ¿Con qué rango de edad de menores trabajan?

Trabajamos con menores de 0 a 21 años, y extendemos el limite de 21 un poco más, en el caso de chicos con discapacidades diferentes. Para mayores, los derivamos a otra ONG: Adultos Perdidos de Argentina.

10. ¿Alguna vez usted en particular, tuvo que trabajar en una denuncia sobre un conocido/familiar/amigo, suyo? ¿Cómo fue la situación?

Viví la peor de las historias, pero la viví fuera de Missing Children. Con esto me refiero a la perdida de mi hijo Guillermo de 21 años, tras ser asesinado en el primer secuestro extorsivo en una democracia. Así fue titulado por el gobierno vigente. Causa dolorosa, hace casi ocho años atrás, que me llevo a mi y a otras madres que después vivieron esta situación a formar otra ONG que trabaja en conjunto con Missing Children, la que llamamos “Madres del Dolor”.

11. ¿Cómo se sintió usted y la organización la primera vez que encontraron un niño?

Sentí la misma satisfacción, alegría y amor, que siento cada vez que encuentro a otro más cada día. Te lo puedo jurar. Es un trabajo fuerte y forzoso, pero todo se compensa con la fiesta que te hacen al recuperarlo. Missing Children es el lugar que me brindó más bendiciones como persona.

12. ¿Cómo se sintió usted y la organización la primera vez que falleció uno de ellos?

Es una angustia fuerte. Pero, la misma situación de dolor te hace entender que es mucho mejor encontrar a un hijo muerto, que no haberlo encontrado nunca.

13. ¿Cómo se encuentran, generalmente, los niños en su estado físico-psicológico, al aparecer con vida?

Depende de la situación. Se encuentran muchos casos, sobresalen los de droga y redes de trata. Se han incrementado esta última con el tema del Chat.

14. ¿Siguen en comunicación con la familia y/o entorno del niño encontrado?

Cuando el chico aparece, termina la historia. Por respeto a las circunstancias.

15. ¿Cómo influyen las cadenas circulantes con pedidos de ayuda sobre chicos perdidos?

Missing Children no trabaja con cadenas de mails. Las respetamos, eso si, muchas veces los mismos familiares o conocidos las crean por incentivo a búsqueda, pero son más los casos falsos y los que terminan distrayendo con datos equivocados. Si nos preguntas las desalentamos. El gran porcentaje de mails son chicos que fueron encontrados, generalmente por desaparición de poco tiempo, o en los peores casos de chicos que fueron encontrados sin vida. Las cadenas de mails no tienen vencimiento y dan vuelta al mundo constantemente años y años.

16. Missing Children trabaja con niños que buscan a su familia, ¿son habituales estos casos?

Tenemos casos de este tipo, pero aquí directamente es con el juzgado. Éste nos llama para ver si podemos cooperar, mostrando la foto del niño, quien por razones de distinto tipo (abandono, accidente con derivación a hospital, detención, problemas psicológicos de olvido de datos, entre otros) busca a la familia progenitora. Es una cooperación sobre todo para con el estado, ya que tenemos acceso a medios de difusión que ellos no pueden obtener

17. ¿Cómo se puede colaborar con Missing Children?

Dos veces al año, la fundación da capacitaciones para nuevos voluntarios. Quienes quieran participar, pueden comunicarse y dar aviso por mail. Siempre resaltamos la importancia de cooperar con la fundación ayudándonos a divulgar la información trabajada.

18. ¿Qué mensaje de prevención y ayuda le brindaría, Missing Children, a la sociedad en este momento?

El mensaje se basaría en poder tener un diálogo bueno entre las partes, esto solucionaría gran parte de los casos encontrados. Y por sobre todas las cosas, el amor.



19. En toda la historia desde la creación de Missing Children, ¿qué situación/momento/causa, fue la que le dio más satisfacción siendo parte de la ONG?

Recuerdo con mucho cariño el caso de dos hermanitos, que fueron secuestrados por la madre, quien después quedó sin trabajo y terminaron viviendo en un colectivo abandonado en la zona de constitución. La pareja de padres se habían separado hacía tres años atrás y ambas familias, cada una por su lado y sin comunicación entre sí, buscaban a los niños desesperadamente. Nosotros hacíamos de medio de conexión, para informar sobre cualquier novedad y seguimiento a ambas partes. Después de un año intenso de búsqueda, recibimos un llamado de un niño de la calle. Este indicó que una mujer, también de la calle, tenía en su poder a un varón con los rasgos parecidos a la niña de la foto de los hermanitos. Con orden del juez pudimos encontrar a esta mujer. Efectivamente eran ellos, el hermanito recién empezaba a hablar con sus 2 años, y la niña con sus 9 años cumplidos, aparentaba una imagen varonil, en consecuencia del disfraz de varón que le había puesto la madre, para que no los reconocieran; su pelo rubio con rulos donde colgaban sus moños rosas en su foto de búsqueda, no eran mas que retazos cortados a estilo hombre. Sin contar las agresiones psicológicas que tenían ambos, y la constante exposición a la prostitución que la madre le había puesto como rutina a la niña. Finalmente luego del hallazgo volvieron a vivir con sus familias paterna y materna, en su normalidad perfecta, sanando algunos síntomas y sobreponiendo algunos otros que no quedarán más que como feos recuerdos imborrables. La madre: detenida y con prohibición de visita para con los menores. Las familias: volvieron a ser felices de la mano de dos niños conocidos por todo el país y el exterior. Nosotros: bendecidos de por vida.

20. ¿Cómo se puede contactar con Missing Children?

Nos pueden ubicar por nuestra página Web: http://www.missingchildren.org.ar/
También lo pueden hacer a nuestro número de teléfono: 4797-9006.

La Locura de Amar en Secreto


Seguía pensando en sus obligaciones cuando decidió poner su mente en blanco. Recordaba viejos días en aquel descampado que ahora era su casa, y una sonrisa le brotaba de un momento a otro. De niña corría por aquel sitio pensando en nada más que la idea de que no oscurezca, para poder seguir riendo con sus amigas. Ahora aún de noche seguía recordando y viviendo esas épocas.
Una casona demasiado grande para su gusto, era lo que ahora tenía como casa. Lo que tubo como hogar, durante ya hacia varios años. Fue creciendo y pasando su adolescencia. La pérdida de sus padres en aquel accidente de auto, marcó su vida por completo, dejando un vacío inmenso que jamás pensó llenar con nada. Una casa gigante que sólo le provocaba dolor. Pero no quería irse, era su hogar. Vivía entre habitaciones donde flotaban recuerdos, fotos, gritos de alegría, sensaciones y olores únicos. Y así pasó gran parte de su vida, unos largos siete años. Ya adulta nadie la acompaño viviendo ahí. Sin hermanos, sin familia. Unos amigos que eran conocidos. Una vida difícil, pero en fin una vida. No tenía mascotas, sentía que era un remache a un hueco bastante profundo que con un sólo soplo de viento se caería. Decidía todo sola. Las responsabilidades las afrontaba en una soledad que jamás quiso, pero que aceptó.
Y un día todo terminó. Lo conoció sin saber la verdad. Meses tardaron hasta enterarse que no correspondía para ella, en reglas y comportamientos habituales. Pero qué podía hacer si tenía un amor hacia ese hombre, que jamás sintió en su vida. Cómo afrontar lo que su corazón le pedía. Costó pero aceptó el trato que el le planteó después de unos meses. Según lo establecido por él, pasaba por la misma situación, en los sentimientos hacia ella.
Siempre soñaba con la idea de que ese hombre la acompañase todos los días, al despertar en su cama, pero era sólo una ilusión. De vez en cuando la iba a visitar, cuando él consideraba tener su tiempo. Cuando ella sabía que la tercera no se enteraría.
De joven siempre juzgaba ello. Planteaba que era una locura y que jamás lo haría. Ahora era prisionera de una aventura que sólo sostenía con el amor que dentró suyo tenía. Y lo soportaba. Soportaba la idea de una pareja que no era suya, sino prestada.
Así fue durante tres años, donde su gente tomaba como pareja de ella, a un hombre cuya realidad sólo conocía Paula. Y ella lo aceptaba. Tristemente… lo aceptaba. Era tanto el amor que le tenía a su “pareja” que decidió ceder a la tentación de ser una tercera en vez de una titular únicamente.
Habían pasado tres semanas sin saber absolutamente nada de él. Era normal para ella, pero sabia que no tenía que ser así. Tres años de amar en secreto fueron los que desataron aquel 20 de julio la desesperación. Y el teléfono sonó tres veces hasta que ella atendió. Dos minutos de silencio en su cara, un minuto de un nudo en la garganta… y la lágrima finalmente cayó. “No!!” era lo único que gritaba, mientras se doblaba de dolor y caía de rodillas al piso de parque de aquel living antiguo. Cómo seguir viviendo después de eso, cómo soportar el dolor que aquel llamado le causo, aquella tarde nublada y fría en Lumbreras. El teléfono cayó, y el llanto no terminó durante casi dos horas. Las lágrimas corrían como un manantial en el rostro de porcelana a sus 25 años. Un llamado de un amigo en común que tenía con su novio, le dio la peor noticia de su vida, al indicarle que la esposa de su novio, se había enterado de la realidad. Se había enterado de un sueño de tres años y ahora no había posibilidad de volver atrás. Generalmente en estas situaciones se sigue viviendo, difícilmente, pero se sigue. Paula no podía. No quería, no lo soportaba. Porque no estaría aquel hombre, ahora ni nunca. Ni con ella ni con nadie. Descansaría, pero distinto a cualquiera. No tenía acceso a decirle siquiera que lo amaba. Ni a lo lejos, ni en forma de carta. Ahora ya era todo un sueño que pasaría a un recuerdo con un final doloroso. Se sentía culpable. Culpable de que su novio, su mejor amigo, su compañero de la vida, ahora tan sólo sea cenizas por un asesinato a sangre fría que una mujer despechada por un engaño, provoco en la cegadez de una falta de fidelidad.
Así fue como volvió a sentir otra vez aquella sensación de vacío. La misma había desaparecido durante estos tres años, o simplemente fue tapada y disimulada al punto de no recordarla tan a menudo. Ciento de fotos con él, descansaban en el fondo de un cajón cerrado hacia ya cuatro semanas. El tiempo suficiente para que acumulen el polvo que empezó aquella tarde que pasó a saludarla por última vez, y que entró a su habitación mientras ella hacia café, y para luego salir rápidamente... No tenía las fuerzas necesarias para seguir. Había bajado muchísimo de peso. Cuando lograba tener el valor de salir de las sábanas antes usadas por dos personas, apenas caminaba entre las habitaciones de una casona otra vez vacía. No contestaba los teléfonos, no atendía las visitas, no iba a trabajar. Y la oscuridad de aquella depresión que le consumía su alma, se apoderó de ella. Lloraba desconsoladamente, a veces sin sentido. Sus manos temblaban hasta estando dormida. Y sus pesadillas ahora eran algo habitual en las noches oscuras. De día dormía, de noche un insomnio le ganaba en la batalla comenzada desde hacia un mes.
Un día despertó de una pesadilla bastante extraña. Extraña para ella por que no lo era. No era un sueño desagradable como todos los demás. Era un sueño hermoso donde volvía al pasado antes de todo lo ocurrido, precisamente al momento de voltear y verlo a él con una sonrisa clavada en el rostro y un ramo de flores sostenido por una mano con una alianza. Y ella reía. Sonreía durante minutos largos y seguía riendo. Y un abrazo en conjunto la dejaba sin respiración. Sin aliento a tomar el valor para soltarlo. Un valor que jamás quería tener. Vivió de nuevo, y no entendía por qué. Porqué la vida le regalo la oportunidad de volver a ser feliz unos minutos. Al despertar se dio cuenta que no todo estaba bien, se dio cuenta de su horrible realidad, de su desastrosa depresión en la que había caído. Y lloró. Lloró con todas sus fuerzas y golpeando las sábanas que flotaban en el aire por las patadas que eran provocadas por sus pies fríos, recordó el deposito de aquellas fotos guardadas en aquel viejo cajón, en su mesita de luz. De repente volteó y lo miró. Lo vio. Observó por un instante aquel cajón que hacía un mes no habría. Capas un poco más de tiempo. Desde la ultima vez que había visto a su amor, dos días antes del accidente. Fue así cuando abrió el compartimiento y metió la mano a ciegas. De repente sintió esas fotografías, pero en forma distinta. Agarrandolas retiró la mano y las puso frente a sus ojos. Estaban ordenadas, atadas con una cinta de seda doradas, sobre las cuales estaba primero que ellas, una carta. Una carta que desconocía. Sus manos comenzaron a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sus manos torpes intentaban sacar la cinta, pero en el intento la rompieron de la desesperación. Abrió el sobre que anteriormente había sido cerrado tan delicadamente, y comenzó a leer una breve carta de amor. Y de repente quebró. No pudo más. Sus ojos desorbitados luego de leer el escrito pusieron una mirada de tristeza y melancolía jamás vista en una mujer. Sus manos temblaban, un llanto inconsolable provocaba gritos insufribles, que seguramente escucharon desde otras casas. Y tiro todo. Revoleando todo sobre aquella cama de dos plazas con sabanas blancas de seda, volteó nuevamente a la mesita de luz. Un desayuno de varios días atrás esperaba ser levantado. Dudó un momento. Dudó un segundo. Por qué dudaba?, Por qué no tomaba el valor? Qué pensaba? Qué la llevó a hacerlo? Cómo tenía el valor de pensarlo siquiera? Y finalmente lo hizo. Su sangre corría por su brazo como delicadas lágrimas. Su corazón latía fuertemente, hasta que se tranquilizó, su cuerpo temblaba muchísimo, hasta que también terminó de esta forma, y se desplomó sobre aquellas almohadas de pluma. Su brazo derecho cayó, soltando un cuchillo de un filo necesario para terminar el sufrimiento. El mismo rebotó en la alfombra salpicando las últimas gotas de sangre de Paula. Sobre la cama, descansaba esas fotos, esa carta. Ya abierta. Una carta donde había un manuscrito hermoso e inolvidable para sus últimos momentos de vida.

“Paula:
Perdón, perdón por estos tres años. Perdón por la necesidad del anonimato, por no tener el valor de hacerlo, por ser tan cobarde de no decirte que siempre fuiste y sos la mujer de mi vida. Sí. Esa única mujer que amé con mi corazón toda mi vida. Y ahora ya es tarde. Ya te hice pasar tres años en secreto, pero me cansé. No quiero seguir así. Así que cuando leas esto seguramente te enterarás y me verás en tu puerta con un ramo de rosas azules como te gustan, diciéndote lo mismo que te digo acá. Que voy a dejar toda mi vida, mi esposa por vos, y que pasado mañana cuando ella vuelva de su viaje de trabajos, yo le estaré diciendo a los ojos que te amo con toda mi alma y que sos la única mujer que quiero a mi lado el resto de mi vida. Te amo con mi alma y no voy a dejar pasar mas tiempo ocultándolo. Espero aceptes mi decisión. Estaremos juntos pronto.

Te amo

Ricardo”


Decisiones tomadas por una sola razón. La ultima frase, una promesa que ahora esta cumplida. Nadie más que ellos en su mundo de locura y amor.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Soldados de una Guerra Ignorada...


"¡Mamá! ¿Me escuchás? ¡Me voy a Malvinas! No, no digas nada. Me están trasladando ahora… Les mando un beso enorme a vos y a papi. ¡Los quiero mucho! ¡Chau!"

Ya había oscurecido aquella noche. El Hércules aterrizó finalmente en las Islas Malvinas, luego de realizar un viaje esquivando radares. Minutos antes de bajar del avión que los trasladaba, los soldados, recibieron órdenes de cómo decender. Se abrieron la puerta delantera hacia la izquierda, las puertas traseras, y la rampa. A continuación de esto, un suboficial bajó con una soga para formar un cordón, y así guiar a los viajantes, para que no topen con las hélices. Las luces siempre apagadas para no ser detectados por el enemigo.
La tropa dejó sus bolsos y mochilas a un costado de la pista. Luego de esto bajaron los elementos del avión, en el cual sus rampas estaban cargadas con municiones, explosivos, comestibles, entre otros. El avión nunca detuvo sus motores, y después de dejar su contenido, inició inmediatamente el despegue.
Alberto Calderón, soldado enfermero de la tropa del ejército, quedó perplejo tras ver la oscuridad del territorio y escuchar un fuerte grito de “¡Viva la Patria!”. Luego de esto, en la pista encontró a conocidos que lo esperaban; un abrazo con ellos creó lo que siempre recordará con una emoción inolvidable.
Alberto y sus compañeros se alojaron en un gimnasio, junto a otros comandos, los de la 601, que estaban combatiendo ya desde antes.
Un sargento a cargo del lugar tomó la atención de los nuevos visitantes y dijo: "Señores, tengan ustedes muy buenas noches, a partir de ahora ustedes van a ser parte de una página de la historia Argentina". Con esta frase, aquel 1 de mayo, comenzó la guerra para Alberto.
Los siguientes dos días, Alberto ya estaba instalado, tratándose de acostumbrar al clima helado que los acompañaba en aquel momento. Una serie de marchas forzadas, seguido de adiestramiento físico, eran la rutina de su temporada. Probaba el equipo, para saber si servía en las marchas con temperaturas frías, y bajo la lluvia.
A pesar de tener los medios de comunicación presente, Alberto y sus compañeros no recibían información alguna desde Buenos Aires. Aquí, en cambió, se planteaba el triunfo constante que tenían estos combatientes en la Isla. Aún siendo mentira, tras la importante cantidad de muertos que tenía como resultado el ejercito argentino, sin lograr un objetivo positivo.
Tras el atardecer de aquel día, Alberto tomó sus elementos de medicina y salió junto con sus compañeros a patrullar. El frío ya lo invadía cada vez más y más, y no sólo lo notaba en sí mismo, sino también en sus compañeros. Encontró paso a paso a sus compatriotas, a quienes mas tarde atendería. Alberto, los reconocía por su babeluco blanco, puesto por parte de los ingleses para identificarlos como soldados heridos, con petición de auxilio. Un instante de pánico y tristeza recorrió el cuerpo del joven Alberto, con sus 25 años. Las primeras noticias de fallecidos llegaban a sus oídos. Con el trascurso del día, esta noticia iba aumentando más y más. Alberto más tarde lo tomaría como una rutina.
Había pasado una semana de su llegada. Alberto todavía no podía aceptar la idea de tener que dejar a sus compañeros muertos en un territorio enemigo.
Eran las 4 de la tarde, Alberto volvió a su trinchera. Metió la mano en su bolsillo y recordó la docena de fotos que su mujer le había guardado. Eran de su hija, de ella, de sus padres, y algunas en la que estaba toda la familia reunida. Inmediatamente sus sentidos se vencen, sus emociones salen a flor de piel. Un sentimiento de rencor y dolor lo obligo a caer, cubierto de un llanto desconsolado. “Por ellos”, repetía entre lágrimas q no acababan. Así se mantuvo una larga hora, sus compañeros no podían calmarlo. Hasta que todo terminó de repente. Un explosivo de sus enemigos, cayó a un costado de ellos. Rápidamente, tomaron a Alberto en sus hombros y lo trasladaron a un lugar mas seguro. La odisea había comenzado.
En el combate, el joven tenía el cargo de capitán-médico. Pero también era soldado. Organizaba las emboscadas. Eran las 6 de la tarde y la primera de ellas estaba planeada. Alberto dio la orden de caminar por donde había movimiento. Es así como buscaban entonces, el mismo movimiento en la oscuridad, e iban tras él. Silencioso dirigía la manada, a la orden de un grito, sorprenderían a su enemigo, por la espalda. Nunca hubo mejor defensa, que un buen ataque. Aquel día de emboscada, Alberto lo recordaba como una noche terriblemente fría, donde debía estar sin moverse de su puesto, y así él y los demás terminaban por escarcharse, poniéndose más que pálidos. Después sólo sería algo habitual en las misiones. En esta lucha Alberto no olvidó nunca el rival con el que combatió. Su grupo de combate se encontró con un enemigo realmente muy capaz, con muy buenos elementos de apoyo y visores. Pero no sólo terminó con este descubrimiento, sino que en este primer combate, Alberto notó una lucha muy violenta, y agresiva, por parte del enemigo. Las bengalas obligaron al joven y su grupo a agachar la cabeza, hasta que pasaran. Así mismo también tenía la responsabilidad de detectar desde donde venían los ataques. Esto era fácil para él. El enemigo gritaba mucho, ya que daba sus órdenes en voz alta. Ellos por su parte, ya contaban con dos muertos y dos heridos. Es ahí donde Alberto reconoció que el contrincante estaba haciendo las cosas muy bien. El combate fue muy duro. Tras varias horas de lucha finalmente todo termino.
Alberto volvió con sus compañeros a su zona planteada como centro de comando, el Hospital Militar.
El frío cada vez se sentía más. La escasez de comida era una razón para perder la debilidad de sus cuerpos. Alberto, sólo pensaba en su familia. Su pequeña hija de un año, le daba las fuerzas para ponerse de pie y seguir adelante. Hasta el momento, todavía la carta escrita por sus pocas fuerzas, seguía incompleta en su bunker, a la espera de ser enviada. No tenía el valor de hacerlo. No tenía el derecho de contar su realidad.
Los días seguían pasando. Momentos de alegría, eran un simple recuerdo en la guerra. Alberto notaba la posibilidad de volver. Pero sólo podía presentársele a él si estaba muy herido, pocos casos en los que daba la orden para embarcarlos rumbo a Puerto Argentino. Sentimiento de patriota, era por momentos lo que rondaba en su espíritu de médico soldado. Era una de las causas de querer ayudar en la lucha. La respuesta de sus superiores, ante las peores situaciones: cubrir hasta las últimas consecuencias, y una vez que hubiesen abandonado el campo los infantes enemigos, se retirarían ellos.
Fideos fríos y crudos eran especialidad de su menú habitual. Pero siendo prisioneros, Alberto trataba de pensar maniobras destinadas a pasarla mejor. No sabía cuánto tiempo más permanecería en esa condición.
Los combates continuaban todos los días, mayormente a la noche, cuando caía el sol, y la oscuridad cómplice, ocultaba a los enemigos en el campo de batalla. Alberto notó las complicaciones que se le iban presentando en ellos. Peleaba contra seres humanos que no querían morir, que tenían hambre, y frío. Y sobre todo corrían con una ventaja: eran profesionales y capacitados para la situación. Alberto era médico y soldado de carrera. Un joven de 25 años capacitado. Pero le costaba entender la situación de un adolescente de 18 años, sin conocimiento militar, que lo acompañaba en muchas de las almas que caminaban junto a él, en combate.

Un día, en medio de la interminable guerra, Alberto se encontraba curando heridos, en una de las carpas de auxilio. Se abrieron las telas que funcionaban como puertas de “hospital” y Alberto ve entrar un joven, bastante chico para ser soldado. Inmediatamente termina lo que estaba haciendo y se dirige a él, que esperaba a un costado ser atendido. “¿Cómo te llamas pibe? ¿Qué haces acá, qué te pasó?”, nervioso preguntaba Alberto tras sostenerle la herida de bala de su brazo izquierdo, que no paraba de sangrar. El chico, un poco asustado y todavía en estado de shock, no respondió ninguna de las preguntas. Era un muerto en vida. Su brazo, destrozado, daba señales de posible amputación. Gritos incalculables flotaban por la carpa, para curar al joven. Alberto daba órdenes que pocos cumplían. Muchos pacientes y pocos médicos. De pronto Alberto siente una voz. Un sonido dulce toma por completo la atención del médico a su cargo. Alberto mira rápidamente al joven herido y escucha un “No pierdas tiempo en mí… apenas se leer y escribir, y no tengo familia, apenas una novia… cura a ellos que tiene una oportunidad de vida.”. Alberto quedó perplejo. Cómo dejarlo desangrar, cuando él mismo era el sentido de su vida, curándole la herida. Segundos interminables, donde ambas miradas se entrecruzaron y el mismo sentimiento de rencor, recorría sus cuerpos. Rápidamente, tomó las vendas el mismo, le quitó la bala y le sanó la herida. El joven Vicente, herido tras querer sorprender por detrás a un inglés, cuando cargaba su arma, pensaba que a sus 18 años, su vida no tenía sentido. Alberto, lo curó y siguió con los demás pacientes. Gritos y corridas seguían dentro del lugar. Mientras tanto el joven médico, no le quitaba la vista de encima, a Vicente, quien disimuladamente lo observaba en su labor heroica por salvar vidas. Dos horas después, la carpa ya calmada. Los pocos heridos que sobraban estaban tranquilos y serenos. Alberto se quitó los guantes descartables llenos de sangre, los tiró en un tacho, y se acercó nuevamente a Vicente. Le tomó su mano, y estrechándola le dijo: “está acá por una razón desconocida, y no buscada por vos, seguro… yo, en cambio, estoy por propia voluntad….creo. Tu vida acabará cuando tengas todos tus sueños cumplidos, igual que la mía. Mi vida no terminará hasta verte de vuelta en Buenos Aires, sentados ambos en un café, y recordando anécdotas felices, a partir de que nos conocimos hace dos horas… ¿te quedó claro?...”. Fue así como Alberto logró una mueca de sonrisa en la cara de Vicente. A partir de ahí, fueron inseparables amigos de guerra.
La luz del amanecer, despertó a Alberto de su trinchera. El joven se negaba a abrir los ojos, se negaba a afrontar la realidad que lo azotaba. En sus sueños, se trasladaba a su hogar en donde su hija gateaba con dirección a sus brazos, y era entonces donde se sentía el hombre más feliz del mundo. Pero la realidad algún día la tendría que sobrepasar. Diez días trascurridos, y la carta todavía esperando. Se levanto y se sentó a escribir. Las palabras no salían, y en su cabeza, flotaban como si nada. No se animaba a escribir su realidad, ni tampoco lo dejarían, si tuviese ese valor. No quería mentir, pues era la peor falsedad del mundo. “Te extraño…”, escribió de repente. Y las palabras fueron surgiendo solas, hasta completar el manuscrito, días antes empezados. Saludos a su esposa, a su hija, y a toda la familia, eran la mitad de la carta. Deseos a cumplir, eran otra parte, y sentimientos de rencor a la vida, otro tanto. Dejo bien en claro lo mucho que los extrañaba. Todo esto resaltado por las corridas de tinta, a causa de las lágrimas secadas sobre el papel. Finalmente la envió. Dos días después recibió una carta de respuesta. Cuatro hermosas hojas, llenas de amor, de sentimientos que podrían quebrar a cualquier soldado en momentos difíciles. Escrita con un increíble cuidado de no contar malas noticias, y solo informar las maravillosas cosas que lo esperarían a su regreso, como por ejemplo, el caminar que había logrado esos días, su pequeña hija Ema. “Lo filmamos, y lo verás en vivo a tu regreso”, decía exactamente.
Casi un mes, habían pasado… Alberto todavía en las Islas. Aquel 30 de mayo de 1982, fue uno de los días más sangrientos en la memoria de él. Fue ese día donde los ataques británicos, ocasionaron recuerdos imborrables. Eran las cero horas, y él seguía atendiendo heridos desde el día anterior, de repente un aviso de ataques, ocasionó que todos estén mas alertas por próximos pacientes. Fue así, como alrededor de la una de la madrugada empezaron a llegar soldados, tras ser cañoneados buques de su ejército propio. Ocho suboficiales resultaron gravemente heridos. Uno de ellos, a quien Alberto recuerda con mas afecto, fue el responsable de ser bendecido de por vida, tras haberlo salvado de una amputación de pierna, la cual era considerada por varios colegas suyos, pero no aprobada por él. Seguimiento de curaciones y constantes medicamentos, lograron curarlo y evitarle tal sufrimiento de pérdida. Mas tarde llegaron una docena de heridos, tras haber sido bombardeado un avión de combate en sus cercanías, y caer en un campo de trincheras argentinas. Y de nuevo una nube de gritos ocuparía el lugar.
Sus misiones de combate en campo, ya no eran habituales. Eran tanto los heridos y caídos que Alberto, no se dedicaba más que a curar, en vez de atacar. Las bendiciones seguían, y los llantos desconsolados por muertes también. Alberto era partícipe de cómo se llevaban las pilas de cuerpos sin vida, a un descampado para enterrarlos. Cada día recorría el campo de batalla viendo más y más cascos que antes eran usados, y ahora yacían esperando a su dueño.
Las municiones de primeros auxilios eran escasas y no alcanzaban. Los reemplazos de las mismas, nunca llegaban. La comida igual. Los aviones de carga con ellas, eran atacados o nunca llegaban por que no los enviaban. Así y todo, la tortura psicológica no tenía limites, y parecía que nadie en Buenos Aires se acordaba de ellos.
Alberto sabía que su familia estaba pendiente de él, pero que no tenía el poder para llevarlo de regreso. Prisionero de una guerra sin fin. Así se sentía el joven médico soldado en Malvinas.
Los días pasaban, y no había noticia alguna. En Buenos Aires, mientras tanto, un espíritu de triunfo gobernaba el pueblo. Los militantes a cargo del gobierno, daban a conocer buenas noticias que nunca ocurrían, pues ¿cómo decirle a un país entero que jóvenes de entre 18 y 28 años aproximadamente, estaban a cargo de las Islas Malvinas, y en las circunstancias atroces en que se encontraban? Alberto, no sabía de esto. Pero si se imaginaba que no se plantearía la situación tal cual era, pues a ellos no dejaban cortárselas en sus correos permitidos debes en cuando. Pero Alberto se negaba a justificar esta ocultación. En el principio de la guerra el joven médico, llegó con un poco de entusiasmo. Antes de partir a las Islas, había llamado a su madre y en su voz sólo había alegría y orgullo. Después… sólo tenía profundo miedo y ganas constantes de regresar. Pesadillas todas las noches, ahora eran parte de su rutina. Despierto negaba todo miedo, aunque por dentro, el mismo lo invadía, al tal punto de perder la razón, por momentos. Al principio no lo entendía. Después, tubo que reconocer ante Vicente, su gran amigo, que tenía un pequeño problema cerebral, tras los constantes ataques y situaciones vividas: partes de su memoria le eran desconocidas. Los datos ya no eran los mismos que antes, y su agilidad en la medicina, se iban decayendo.
Uno de los momentos que recordaría para siempre Alberto sería el anochecer del 13 de junio. El médico seguía dentro de la guerra todavía. Por saber medicina y por encontrarse en “sus cabales” según sus superiores, no tenía el permiso de retirarse todavía. “Tengo una hija de un año que me necesita…” Repetía constantemente, pero parecía nadie escucharlo. Pero ello no fue lo que lo marcó de por vida aquel día. Como era rutina de su labor, avisos de heridos llegaban constantemente. Juan Pablo, un colega de Alberto, grito de repente. “¡Tu amigo, Alberto, tu amigo!”. Éste un poco distraído, no le prestó atención. Fue por eso, que Juan Pablo lo tomó del brazo, le quitó el agua oxigenada que tenía en sus manos y se la dio a un enfermero que lo suplantaría en su labor. Lo llevó fuera de la carpa y le mostró la peor situación. Una tela manchada de sangre, que funcionaba como camilla, traía a su amigo Vicente, muy mal herido, otra vez. Gritos de dolor constantes. Delirios por momentos a causa de una fiebre que no bajaba. Sangre por todos lados de su cuerpo. Y Alberto no sabía por donde comenzar. Éste vio como lo llevaban dentro de la carpa de auxilio y lo colocaban en una camilla para su sanación. “Cuida a Marta…” le repetía Vicente continuamente a Alberto. Marta era la novia y futura esposa de Vicente, la cual era constantemente personaje de las conversaciones que entablaban. Herido por todos lados, ya había perdido mucha sangre. Trabajos, esfuerzos y negaciones a parar, por parte de Alberto. “¡¡¡Sigan, Dios no te lo lleves por favor!!!”, decía todo el tiempo éste. Vicente ya no hablaba. Yacía inconsciente sobre la camilla, y su presión disminuía… al igual que su pulso. “Se fue…” dijo Juan Pablo. A continuación, gritos de dolor, patadas y golpes a los que estaban a su lado, y un llanto desconsolado entonó aquel día Alberto. Su único amigo en la guerra se había ido, el único que lo había comprendido y por el cual había luchado gran parte de la guerra, ahora sólo descansaba en paz en una camilla. Alberto nunca se perdonó no haberle salvada la vida.
A esta altura, Alberto declaró no tener más fuerzas para seguir, no quería vivir.
Rezaba continuamente el día de la muerte de su amigo. Le pedía a Dios que cuide a su amigo, que lo tenga en sus brazos y le de la misma protección que días antes le había pedido para su familia.
El día siguiente Alberto comprendió, que no sólo Dios lo había escuchado para sus pedidos, sino también para su propio cuidado. El 14 de junio de 1982, a las 10:00 horas, cesó el fuego enemigo, actitud que imitaron las propias tropas argentinas. A las 10:30 horas, los efectivos argentinos, recibieron la orden de alto el fuego. De esta forma, Alberto pudo presenciar el cese del fuego, que luego daría lugar a que el comandante británico iniciara conversaciones con el gobernador militar de Malvinas, las que condujeron a las 21:00 horas, a la firma de una capitulación, no rendición incondicional, de las fuerzas argentinas.
El 15 de junio, Alberto partió rumbo a Buenos Aires, donde más tarde lo esperaron, las fuerzas militares argentinas, quienes lo tuvieron unos días en cautiverio y recuperación, y más tarde lo mandaron a su hogar, donde lo esperaban ansiosa su familia entera, y su hija ya de pie, quien le dio el abrazo mas hermoso de su vida entera. Y fue en ese momento, donde volvió a vivir.
Años más tarde. Precisamente el 10 octubre de 2009, Alberto Calmerón, tomó nuevamente un avión con rumbo a Malvinas. Gracias al acuerdo entre ambos países, Alberto y familiares de caídos en la guerra, pudieron volver al territorio de combate a visitar a los héroes que descansaban en el cementerio de Darwin, en las Islas. Eran las 9.55hs cuando arribaron a tierra malvinense, en un vuelo de LAN. Bajo un cielo despejado y sol resplandeciente, a las 11.40hs comenzó la misa a cargo del padre Miguel Martínez Torrens, capellán militar en Malvinas, durante todo el conflicto bélico.
Fue segundos después de comenzar la misa, cuando Alberto tomó el rosario que le había regalado su gran amigo, y comenzó a caminar entre las tumbas. De pronto se topa con una lápida que le llama la atención, junto a ella estaba la de su amigo. Un lema de “Aquí yace Vicente López de Cortez”, no bastó para identificarlo. Se puso de cuclillas y con el rosario en sus manos, comenzó a llorar. Entre susurros mencionó unas palabras, entre las cuales algunas le quedarán para el recuerdo. “Y llegué de nuevo… no tengo las fuerzas para esto… nunca las tuve. Jamás pensé que te irías de mi lado, luego de la primera vez que hablamos. Nunca comprendí que un jovencito de 18 años, pudiese haber vivido tal atroz situación. Pero no vine aquí a reprochar nada, sólo vine a verte a voz, mi gran amigo…”. Luego de hablarle un rato a la lapida, y de sonreír entre los llantos mas grandes de su vida, Alberto por fin entendió que todo había acabado. Y que ahora él y su gran amigo siempre estarían juntos. Como todos aquellos que acompañaban a Vicente en su lugar de descanso. Por que sólo ellos supieron la tortura, y malestares que pasaron y vivieron día a día. Sin contar la vergüenza que sintieron ellos y todos los soldados, al tener que rendirse, frente los ingleses. Y es así como muchísimos de ellos, en forma injusta, yacen como Vicente, en un cementerio de territorio dominado por el enemigo, con placas que los identifica, y la mayoría de ellos con una placa que los generaliza con “Soldado sólo conocido por Dios”.




María Florencia Vallée.

viernes, 9 de octubre de 2009

Fin de una ilusión

Los gritos de ansiedad mezclados con alegría, traspasaban los vidrios del micro. Los padres, con cara de emoción, sacudían sus manos despidiendo a los chicos. Una vez ya en camino, un hombre medianamente joven, parado en lo que se podría decir, centro del micro, con sus manos colgadas de los cajones superiores del autobús, indicaba que era el comienzo de los que los chicos conocían como, el viaje de egresados de quinto año.
Un año y medio, lleno de disputas, reuniones y visitas a muchas agencias de viajes, desataron un sueño tan esperado durante diez meses.
Ya caída la noche, las almas se iban desplomando en las sillas camas del micro, las voces y gritos se iban callando, hasta que finalmente fueron suplantados por el subtitulado de una película extranjera. El chofer susurrando indica que sus ojos le piden descansar y le solicitó al copiloto, le suplante su puesto. Como es costumbre de la labor, desviaron el autobús hacia la banquina y frenaron, cambiaron de chofer, y volvieron a arrancar camino a la ruta.
Eran las 14hs, cuando la caravana llegó a la ciudad de Bariloche. El micro estacionó con cuidado, a centímetros del cordón, y dos minutos después, un conjunto de gritos y pirotecnia llenaron el ambiente de alegría y emoción. Del mismo descendieron 68 jóvenes, los cuales eran compuestos por 15 mujeres y 53 hombres, quienes con sumo cuidado fueron repartidos por las distintas habitaciones del hotel.
Pasadas las 16hs, el grupo estudiantil marchó a lo que sería su primera excursión, sin pensar que sería una tarde para recordar por años. Todo comenzó con una instrucción de un coordinar, cuyo única regla del juego que consistía en decender por la colina de una sierra, era aferrarse a un “culí patín” y deslizarse por la ladera, a toda velocidad, previamente habiendo explicado el procedimiento del mismo. Es así que cuatro jóvenes iniciales descendieron sin problema alguno, la segunda tanda, ya mas canchera, no tardó más de cinco minutos en alcanzarlos, en la segunda colina dirección abajo, al primer grupo. Pero la dificultad no eran estos ocho chicos. Un grito de una de las jóvenes, llamó la atención de uno de los coordinadotes. Colgada con sus brazos intentó sostenerse de un borde de la ladera, con caída directa al precipicio, cuando diez guardias del entretenimiento, con trineos se deslizaron a toda velocidad para llegar al lugar. Pero este movimiento brusco por la ladera, originó un sismo en la misma, que provocó que la joven se soltara con sus brazos temblorosos, y cayera rumbo al vacío. Ésta trágica situación, desató la desesperación de la totalidad de los alumnos del secundario, quienes empezaban a dudar por la vida de la muchacha. Ésta aún inconsciente en la base, esperaba con ansias el rescate, que tardó veinte minutos en llegar debido al mal tiempo y niebla que se empezó a originar.
Ya entrada la noche y todos en el hotel, incluso la joven accidentada, trataban de sobrepasar la trágica situación de lo que fue su primera y ultima excursión.
Ahora llegaba la peor parte de día. La joven estaba viva, gracias a Dios, respiraba normal, ya no estaba agitada, sus pupilas reaccionaban y podía soportar la luz de su cuarto lleno de médicos. Su celular, aún sonaba con contactos que llamaban desde el hall del hotel donde se alojaba. Llegaba la hora de hablar con la familia. Los médicos ya acostumbrados no sentían remordimiento, pero los nervios de los padres acompañantes se notaban a flor de piel. Finalmente uno de ellos toma el valor y marca el código de provincia hacia Buenos Aires y el número local, una voz del otro lado contesta, y esta responde presentándose, luego de una charla, termina por informarle “gracias a Dios su hija esta viva señora… pero no pudimos hacer que camine, lamentablemente ha quedado paralítica… lo sentimos mucho.”. Del otro lado del teléfono, sólo se escucharon gritos de llanto y desesperación de una madre ya destruida. No bastó más que una mirada de la madre, que recorriera el cuarto de la niña, para ver la ropa de ballet de su hija, y sentir en su pecho un sueño destruido.

Pánico en la montaña

Mientras miraba su valija de reojo, una sensación de adrenalina recorrió su joven cuerpo. Era madrugada cuando Jeremías Varela tomo su equipaje y bajó, un poco apurado, por las escaleras de su vieja casa en Belgrano. En la puerta lo esperaban un grupo de chicos, una mujer apoyada en un auto plateado bastante nuevo, y un hombre de frente a ella, compartía una conversación amistosa con la misma. Unos minutos después la puerta de madera, abrió de par en par y salió Jeremías. Abrazos y saludos de alegría terminaron la espera. El auto arrancó y tomó la avenida principal con destino al aeropuerto de Ezeiza. Vanina, la joven a bordo, manoteó la cámara digital y comenzó a grabar el comienzo de esta aventura. Risas y chistes, en conjunto de saludos enviados a gente que jamás lo vería, componían la filmación. Llegadas las 6 y media de la mañana, el auto estacionó dentro de la playa del aeropuerto. Sus ocupantes bajaron apurados, pues estaban perdiendo su vuelo. Ya dentro del edificio, entraron y después de hacer los trámites necesario, esperaros subir al avión. Diez minutos de demora, terminó con la espera tan deseada. La llamada de una mujer por alta voz, indicó el comienzo del abordaje. Vanina, tomó su maleta y la de Jeremías, quien hablaba con su madre por teléfono. Un “te quiero” finalizó lo que podría haber sido la ultima llamada con su mamá. Una vez que los tres jóvenes estaban dentro del avión, se acomodaron rápidamente. Jeremías seguía ocupado con su celular, cuando una azafata se le acercó y le dijo “señor disculpe, no puede utilizar el celular a bordo” obligándolo a apagarlo. Éste desconforme y un poco enojado lo apagó. Casi dos horas de vuelo habían trascurrido, cuando el grupo de amigos se da cuenta que estaban llegando a la ciudad deseada. Una vez aterrizado el avión, y los pasajeros ya en el piso de embarque, una foto grupal, nuevamente fue tomada. Estaban en Bariloche. Los jóvenes tomaron su equipaje y salieron por la puerta de vidrio trasparente. Julián, uno de ellos, alzó el brazo exclamando “¡Aquí!”, y detuvo un taxi que recorría en ese momento, las puertas del aeroparque central de la ciudad.
Un poco apretados, estaban los muchachos en el vehículo, pero estaban bastante concentrados en la nieve que descendía lentamente desde el cielo. La nevada cada vez era más fuerte, lo que originó que los jóvenes tengan que dirigirse directamente al hotel donde se hospedarían, sin poder atinar a recorrer la ciudad.
El viaje turístico tenía como fin poner en práctica la profesión de Jeremías con sus 31 años, la cual era guía de montaña. En ningún momento los jóvenes dejaron de pensar en esa excursión tan importante, aquella en la que se basaba este tan deseado paseo por Bariloche. La nieve era cada vez mas fuerte aquellos días, lo que originó que recién el tercero fuera el elegido para hacer la recorrida. Aquel 4 de agosto, Jeremías y sus amigos terminaron de recoger sus esquís del hall del hotel Aguas del Sur, y se subieron a un micro que los esperaba desde hace varios minutos. En conjunto con otros turistas se trasladaron al cerro Catedral. No había pasado mucho tiempo hasta que lograron llegar al lugar. Seguían las filmaciones y fotos en el trasporte. El micro por fin se detuvo y los ocupantes descendieron hacia el suelo de la montaña, que estaba cubierto por una dura capa blanca de nieve. El piso estaba un poco resbaladizo, pero a los jóvenes no les fue problema para emprender la aventura. A pesar de tener en el paquete de viaje, un guía incluido, los jóvenes decidieron apartarse del grupo. Según ellos, Jeremías tenía el suficiente conocimiento académico como para guiarlos por la montaña. Comenzaron a caminar por el lado oeste de la misma, y cada vez se alejaron más del grupo turístico. Esto pareció no importarles, no causarles ninguna preocupación. Cada paso, fue metiendo más a los jóvenes en una zona rocosa y escarpada. De pronto Julián, comenzó a gritar y seguido de esto una bola de nieve calló en la parte trasera del cuello de Jeremías. Una pequeña guerra de nieve tuvo como resultado ese momento. Ellos no tenían en cuenta que no es conveniente esto, según especializados, más que nada en una zona no autorizada, como aquella lo era. Pero esto no los detuvo, y una fuerte sacudida del piso, hizo correr por el cuerpo de cada chico, el peor terror de sus vidas. De pronto la incesante melodía de un silencio absoluto, ocupo el lugar. El temblor cada vez era más fuerte. Los jóvenes empezaron a sentir cada vez más miedo. De la desesperación empezaron a correr, cada uno para un lado. Jeremías, quien no demostraba en absoluto sus sentimientos, intentaba calmar al resto, alejándose dos pasos y haciendo señas para llamar la atención de los otros. De pronto, la sacudida era insoportable. Un grito de Vanina, logró llamar por completo la atención de Jeremías. Este miro hacia arriba y no pensó más que en su familia. Menos de un segundo tardó en cubrirlos una avalancha de nieve y hacerlos rodar por la colina del cerro. No había más que miedo y profundos gritos de desesperación de cada uno de ellos. Manos que se entrecruzaban y gritos de dolor tras pegar sobre piedras.
Era mediodía cuando los jóvenes comenzaron su excursión por esta zona peligrosa, llegada las 3 de la tarde, no se tenían noticia alguna de ellos. Todos un poco heridos, trataban de escapar de la profundidad de la nieve. Rescatándose uno a los otros lograron juntarse en un costado de la ladera. Miradas entrecruzadas y llantos de desesperación, dieron a entender lo que sería o podría haber sido, la peor desgracia de todo el viaje: Jeremías no estaba. Gritos y más gritos. Los dos celulares a mano no funcionaban. Ninguna persona pasaba por el lugar en aquel momento. De pronto una señal de esperanza. Una llamada desesperante se escuchaba de lejos. Un llanto tremendamente sufrible venía de una superficie más baja de lo normal. Los jóvenes no tardaron más que un segundo en recomponer una energía que tiempo antes habían perdido. Corridas y gritos de nuevo en acción. Empezaron escarbar pero no lo encontraban. “¡No lo encuentro!” era lo único que decían los jóvenes. Y el pedido de auxilio, desde una profundidad desconocida seguía. Finalmente una muñeca sobrepasó lo que sería el suelo de la montaña. El brillo del sol, reflejado en sortija de compromiso de Jeremías, logró llamar la atención de Julián, y así lograr ubicarlo. Menos de dos minutos tardaron en desenterrarlo. Pero los gritos de dolor siguieron. Tras la rápida revisión que le hicieron al joven no sólo encontraron lastimaduras y golpes, además de huesos rotos, sino también su celular. Por desgracia no tenía señal, lo que originó más pánico de lo ya existente. Vanina, tomó el aparato y comenzó a caminar rápido hacia lo que sería un precipicio. De pronto unas pocas rayas de señal volvieron y un grito de alegría se lo informó al grupo de amigos. Media hora después un grupo de rescatistas deslizaba a pie por la ladera, mientras eran custodiados por un helicóptero que sobrevolaba la zona. El complejo operativo tardó más de dos horas en rescatar a los tres jóvenes de aquella peligrosa montaña.
Dos días más tarde la salida del médico al pasillo del hospital originó una charla de esperanza con cuatro de ellos. Jeremías miraba la noticia de su accidente por televisión, dentro de la habitación, cuando el médico les brindo a sus amigos el parte. No más que politraumatismos quedaron en aquel horroroso viaje. Sólo unas cuantas fotos y filmaciones alegres, quedaron como recuerdo de los pocos momentos vividos en Bariloche, aquellos que podrían haber sido los últimos en sus jóvenes vidas.

Peligroso Engaño

El sol comenzaba a acender por la ventana del dormitorio de la joven. La luz, reflejada a través de las cortinas de seda color blancas, iluminaba la cara de ella dormida profundamente entre las cobijas de su cama somier, un poco alejada de los ventanales de su dormitorio. Luchando por la ansiedad de empezar el día, y el cansancio generado por las actividades del día anterior, Florencia Vallée se levantó de su cama.
Atravesó el largo pasillo, que se establecía desde su dormitorio hacia las grandes escaleras que dirigían a una sala llena de adornos y retratos, cuya función era recibir a grandes figuras, amigas de la familia. La joven, un poco despeinada y con caminar más lento que muchos otros días, se dirigió hacia la otra punta de su casa, precisamente a la gran cocina resplandeciente, donde empezaba a sentir un extraña sensación, y junto con ésta un pensamiento absurdo “habrá quedado algo de anoche”. Acercándose a la heladera, comenzó su búsqueda por, lo que ella asumía una debilidad, como lo eran las tortas de chocolate. Florencia se sentó en su silla preferida, ubicada en la punta, a su lado la esperaba con una sonrisa y tomando un café, un hombre con barba y pelo canoso. No era su padre, ya que el mismo, según contaba la madre, había muerto en un accidente automovilístico provocado por una carretera y un mal clima, poco tiempo después de haber nacido la joven. Este hombre, llamado Jack Visualrs, era su padrastro, un hombre que consideraba a Florencia aquella hija que nunca tuvo. Al terminar de desayunar la joven, empujó el plato de cerámica negra, hacia el centro de la mesa, miró de reojo a Jack y con una leve sonrisa y una cara de cómplice, lo despidió para volver a su dormitorio.
Una vez en su habitación, tomó su mochila negra de la alfombra color violeta, apoyada sobre la madera oscura del piso del dormitorio, agarró su celular y auriculares y salió como muchos de sus días libres. En la puerta, la despidió una mujer, vestida con un camisón de seda rojo y una bata del mismo color, quien la vio decender de las escaleras, desde la silla de al lado de su padrastro, en la cocina, y la detuvo antes de que salga, con una sola frase “nadie se va, sin un beso de despedida”. Esta dama era Rouse Feldmen, la madre de Florencia.
Con la mochila en su espalda, cargada de cosas para muchos innecesarias, empezó a caminar hasta el frente de su casa, cubierto de rejas negras que bloqueaban la vista de cualquier intruso. Florencia tomó el picaporte de la reja, y salió a la calle.
Como muchos sabían, y los padres de Florencia ocultaban, la familia poseía una gran fortuna, basada en el éxito de la compañía petrolera de los padres de la joven. Este fue un dato certero que provocó la tortura de largos momentos, comenzados ese día.
Florencia dobló la esquina, con paso ahora si ligero, sin un destino preciso, sino más que dirigirse al parque a leer su libro habitual “La casa maldita”.
Lo que la joven desconocía era que varias personas sabían de su existencia, de sus horarios y sobre todo, su fortuna. Lo que la joven no sabía era que hacia cuatro meses le venían siguiendo los pasos. Florencia llego hasta la cuadra anterior al parque, cuando un auto negro con vidrios poralizados encendió su motor. Encerrada en su mundo de música electrónica del mp3, camino por el césped verde mojado por las lluvias del día anterior, hasta llegar a un rincón donde ya el mismo se había secado. En ese momento, sonó su celular. Del otro lado una voz amenazante paralizó a la joven, y una frase del tercero descripta como “tus padres fueron los primeros, vos sos la siguiente” provocó un desmayo en la joven. Fue en ese momento donde el auto negro estacionó sobre el cordón de la vereda más cercana al sitio de la joven, y del mismo, dos hombres con trajes y capuchas negras en sus rostros, comenzaron a correr a paso veloz y tomaron a la joven por su brazos y piernas, y en menos de un minuto la introdujeron en el automóvil. Cuando Florencia reaccionó se encontraba en un cubículo más que pequeño, donde sólo penetraba un rayo diminuto de sol, y cuyo piso se movía velozmente. Encerrada en el baúl de un automóvil, ahora rojo, cruzó las Autopistas del Sol, con rumbo desconocido.
Ya siendo las 17hs, su padrastro, preocupado, comenzó a llamar al celular de la joven. Al no tener respuesta, preocupado corrió con sus pasos nerviosos hacia la habitación de su mujer, y con las manos temblorosas despertó a Rouse, la madre de Florencia. Esta, empezó a sentir taquicardia y a imaginarse lo peor. Ambos sabían que no era extraño que algo malo suceda, después de la amenaza recibida hacia una semana en la oficina del hombre. “No podemos permitir que viva encerrada, son asuntos nuestros y una joven de 18 años no tiene porqué preocuparse por las deudas de sus padres”… Eso fue lo que le planteó días después, Jack a Rouse.
La noche se acercaba, las agujas del reloj de madera antigua, colgado en la chimenea de la sala principal, estaban por marcar las 20hs, cuando un sonido escrupuloso, invadió de temor toda la casa. Al contestar el teléfono, Jack escuchó una voz amenazante y agresiva que confirmo sus temores: “tenés dos horas para entregar los 3 millones que debes, ni mas ni menos… tres millones, o en un sobre blanco empezarás a recibir souvenirs corporales”. Sin duda, tenían a Florencia. ¿Tan injusta era la vida? ¿Porqué los seres humanos no comprenden que los hijos no son responsables por las acciones de sus padres?
Invadida por el frío y el temblor de su cuerpo, Florencia sólo tenía una pregunta en su mente de adolescente “¿Porqué?”.
Pasaron tres meses. Las negociaciones no eran más que un tira y afloja. Florencia, ya no pensaba, no vivía.
Lo que la joven desconcía era el motivo. La policía también. Ya a esa altura los teléfonos intervenidos las 24hs. La casa, repleta de gente durante el día, y con pocas almas durante la noche. Cada timbre del teléfono, una desesperación envuelta en esperanzas y con ruego del milagro. La suma había disminuido, gracias a pedido interminable de los padres de Florencia, quienes insistían que era imposible, aún sabiendo que todo lo imposible podía convertirse en posible.
Florencia, con sus 18 años, conocía el trabajo de sus padres. Sabía que se dedicaban a una empresa familiar de muchos años, cuyo propósito era extracciones petrolíferas. Pero no siempre fueron sinceros en todo respecto. Años atrás, problemas económicos en la familia, los cuales conocía, junto con grandes crisis del país, indujeron a la compañía de sus padres a caer en una crisis financiera profunda. Los meses pasaban y la empresa sólo veía el futuro de forma oscura, terminando en el cierre. En esa época, como lo es ahora también, existían los famosos prestamistas, cuyo dinero que otorgan, tiene un inicio desconocido, pero si un final muy comprometido. En ese momento, la joven, cursaba comienzos de la secundaria, todo era muy complicado para los padres, y sobre todo la idea de explicarle a una niña de 13 años, como sus padres estaban a punto de la quiebra.
Fue complicado para ellos tomar la decisión pero cuando se les presentó la oportunidad, no tardaron en aceptarlo. Sabían que no todo era color de rosas en ese negocio y además de arriesgar su salud física, en el caso de falta de los pagos, pusieron en peligro la vida de la persona y heredera directa, por ser hija única, como lo era Florencia.
Ya había pasado más de 4 meses. El mundo de Florencia disminuyó a una habitación de cinco por cinco. Y una familia, compuesta por secuestradores que la torturaban y maltrataban día tras día. Lo que para ella era sagrado, y que colgaba diariamente de su cuello, ahora no era mas que un crucifico tirado en una esquina del cuarto. Enojada con el mundo, veía pasar su vida, sin esperanzas de volver a vivir de nuevo.
Luego de varias negociaciones, se consiguió un progreso en esta crisis diaria. Los secuestradores habían disminuido la suma a dos millones. Pero con un solo fin. Además de entregar el dinero, Jack tendría que entregarse con este.
La madre desesperada tenía como hogar el hospital, tras ataques de estrés y pánico diarios, además de problemas de salud que surgían de ellos. Sin tener conocimiento de este arreglo, Rouse había entrado en coma por un paro cardiorrespiratorio, ocasionado por un pico de presión un el día pactado para el canje.
Con cinco meses de negociación, se establece la entrega. Florencia ya con su salud deteriorada, sus pupilas y rostro irreconocibles, y su disminución imaginable de peso, fue sacada del cuarto donde estuvo guardada. Sin la aprobación de la policía, y la desesperación de todo el entorno, una noche sin previo aviso y escapando de su casa llena de gente dedicada a la investigación del caso, Jack se dirigió al lugar pactado.
No eran mas de las cuatro de la mañana cuando atravesó la Autopista del Sol, con su camioneta cuatro por cuatro color negra con vidrios poralizados, hasta la cuidad de La Plata. Ya pasadas las cinco de la madrugada, entró en una carretera, rodeada de árboles de punta alta y césped sin podar, con un alto de más de cincuenta centímetros de alto. Sus palpitaciones eran cada vez más aceleradas, sus ojos llenos de lágrimas trataban de visualizar el camino lleno de neblina. En el asiento de atrás, dos bolsas de consorcios con fajos de billetes de cincuenta y cien dólares, esperaban su destino. Mientras manejaba sólo pensaba, no razonaba, estaba dispuesto a todo, pues Florencia era su hija, esa que nunca tuvo, pero que cuya vida es dedicada y exclusivamente vivida por ella. El teléfono celular digital que yacía en el asiento de acompañante comenzó a sonar. Jack manoteó el mismo, y con sus manos temblorosas lo atendió. Una voz del otro lado le comunico la noticia que provocó el vacío mas impactante que un ser humano puede sentir: “Sr. Visualrs… su mujer acaba de fallecer…”. El automóvil frenó de repente. Después de mirar las agujas de su reloj suizo de la mano izquierda, recordó toda su vida en un segundo, su mano rozó su cara llena de temor, miró el cielo estrellado, que lo envolvía en esa carretera oscura y rodeada de árboles de punta alta, y un quiebre de dolor y angustia comenzó el llanto, para muchos interminable, de Jack.
Varios pensamientos comenzaron a pasar por su cabeza… “¿Cómo sigo ahora?” “¡¿A quién más me vas a quitar de mi vida Dios?!” “¡Entrego mi vida, pero no me quites a la única persona que me queda!”… “Por favor… Dios, cuídala como yo nunca tuve el valor de hacerlo, y ámala como siempre se lo mereció”.
Después de un largo rato de llorosos y angustias, encendió el motor nuevamente y transitó el trayecto final de la carretera. Luego de cruzar un puente, ya un poco viejo y a punto de derrumbarse por sus fierros oxidados, frenó nuevamente la camioneta y bajó de la misma. Aún estaba en medio del descampado de la carretera, pero esta vez, abrió las puertas traseras del auto, tomó con sumo cuidado y de las manijas que tenían en sus puntas las bolsas, y sobre el césped viejo y reseco, las arrastró por medio del descampado.
Esa noche oscura, lo menos que se podía imaginar Florencia era que iba a volver a vivir, respirar, correr por los parques, leer como siempre en esas tardes de primavera que la envolvían con la suave brisa. Ya acostumbrada al maltrato constante, la joven bajó de un falcon negro. Un hombre encapuchado con un pasamontañas gris oscuro, la zamarreó del brazo y le dijo lo que hubiese sido la última frase del calvario: “espero que tu papá cumpla, esta tortura se la debes a él, agradéceselo como regalo de cumpleaños… ah felices 19, me olvidaba”. Una sombra de un hombre robusto y de estatura alta se acechaba a lo lejos. Las palpitaciones de Florencia comenzaron a aumentar, esperaba lo peor. Sin reconocer a Jack, Florencia se cubrió con sus delgados y desnutridos brazos cubiertos de su ropa rota y maltratada, el rostro ya sin esperanzas de una joven secuestrada. Al acercarse Jack, entrega las bolsas, y luego de tomar a Florencia con un abrazo desesperado y cubierto por ansiedad, retrocede y la coloca a sus espaldas. Las estrellas reflejaban el césped del descampado, cuando el padrastro de Florencia, en medio de la desesperación y angustia por su vida llena de dolor y sufrimiento, saca de su cintura un revolver y dispara a quemarropa a uno de los secuestradores que en ese momento estaba apuntando a Florencia. Esta asustada y atemorizada, empieza a correr para el lado de la carretera que ahora comenzaba a humedecerse gracias al rocio de la noche. Más disparos y ráfagas de fuego ve la joven desde un extremo de la carretera. De repente, un silencio profundo envuelve el lugar. Florencia aun sin tomar valor, comienza a caminar en forma precipitada nuevamente al lugar del hecho en busca de su padrastro, quien yacía herido por una bala en su pecho, cercana a su corazón. La joven desconsolada empieza a gritar en busca de ayuda y le quita el arma, pero que mas personas que la banda secuestradora y la familia, había en el lugar. Una mano tapa el rostro de la joven, uno de los secuestradores le apoya su revolver en la cien, cuando enfrente otro de sus pares, grita desesperadamente un “¡No!”; un disparo por parte de éste atraviesa el cráneo del antes amenazador de la joven, y lo mata en el acto. La joven observa en el piso a Jack, ya en sus últimos minutos de vida, y al levantar su mirada hacia el frente, observa al otro secuestrador, quien ser retira de su rostro agresivo, el pasamontañas que llevaba para ocultar su identidad… Éste, con sus nervios a flor de piel y por miedo que se descubra el secuestro al dejar a la joven con vida, produce un disparo con su revolver, en el pecho de la misma, lo que la obliga a caer. Instantes más tarde un tiro en la cien de este hombre, le quita la vida, tras Florencia, con el revolver de su padrastro, dispararle con sus ultimas fuerzas.
Luego de unos instantes, llegan las autoridades quienes logran trasladar a la joven al hospital más cercano, donde se recuperó favorablemente.
Al interrogarla días mas tarde, la policía, le indican que estaba la posibilidad de que su padre biológico no este muerto, y siga con vida aún después de una gran mentira generada por su madre, para separarlos. Con gran emoción, Florencia toma con sus manos temblorosas la fotografía que le brindaban ellos, con la imagen de su posible padre. Con una tremenda angustia y desagrado, deja caer la foto, una imagen con el mismo rostro de su secuestrador, a quien luego herirla, ella le dispara y termina con su vida.